LA publicación del Informe sobre el océano y la criosfera en un clima cambiante por el Panel Intergubernamental de Expertos del Cambio Climático (IPCC), órgano de la ONU encargado de evaluar los conocimientos científicos relativos al calentamiento global y sus consecuencias, no supone una sorpresa en cuanto a la realidad de nuestro planeta, pero sí conlleva una triple certeza. Por un lado, que el cambio climático es una evidencia científica incuestionable por mucho que los intereses de determinados gobiernos y empresas se resistan a admitirlo: sus consecuencias ya están aquí, amenazan a 745 millones de personas que residen en zonas costeras o insulares y son nítidas en numerosas partes de la Tierra, en algunas de las cuales incluso ya se ha iniciado el desarrollo de planes ante contingencias derivadas del mismo. Por otro, que la actualización de las investigaciones al respecto determina que las previsiones científicas realizadas hasta ahora habían sido excesivamente moderadas en cuanto a los efectos del cambio climático debido a que el aumento de la temperatura de los océanos y el deshielo se produce a más velocidad -en los últimos diez años 2,5 veces más rápido que en el siglo pasado- de lo que se vaticinaba. Y, finalmente, que frente a esta realidad que amenaza al planeta y su capacidad regeneradora, la reacción de las estructuras estatales es insuficiente y cuando se produce lo hace con un desarrollo mucho más lento de lo que exige no ya la crudeza del problema sino incluso la consecución de los objetivos descritos en los acuerdos internacionales, entre ellos el Acuerdo de París alcanzado hace más de cuatro años, ya de por sí contenidos. Y esa triple certeza lleva a una conclusión que puede empezar a comprobarse en todo el mundo y que ya admite la propia Convención Marco de las Naciones Unidas: no son los actores formales conformados desde los Estados y siempre tan permeables a intereses distintos a los de la preservación del planeta, y por tanto condicionados, sino otros agentes más cercanos a sus consecuencias, la propia sociedad civil y la juventud (Fridays for future es un ejemplo), el mundo científico (el 98% de los climatólogos están de acuerdo con la evidencia), y los gobiernos regionales y locales (con iniciativas como la presentada en la ONU por el Gobierno vasco) quienes liderarán la labor frente al cambio climático.