DESDE que el pasado martes Pedro Sánchez, tras constatarse la imposibilidad de un acuerdo para la conformación de gobierno en el Estado español, pidiese de manera suficientemente expresa -y nada menos que desde el palacio de La Moncloa- el voto al PSOE en las elecciones del 10-N -“Pedimos a los españoles una mayoría más clara el 10 de noviembre”-, los grandes partidos y sus líderes se han lanzado a una carrera preelectoral irresponsable y ajena a la realidad ciudadana. Aunque las acusaciones generalizadas y sin matices a “los políticos” como culpables del bloqueo y la inestabilidad institucional son injustas, la batalla abierta respecto al “relato” de lo sucedido en los últimos meses y el impúdico arranque de la precampaña amenazan con un aún mayor distanciamiento entre los ciudadanos y los partidos. Es una estrategia suicida. Y, sin embargo, los responsables de las formaciones mantienen actitudes y discursos alejados de lo que esa sociedad demanda: solución a los problemas, estabilidad, diálogo y acuerdo, medidas reales en favor del empleo, la igualdad, la cohesión, iniciativas contra una posible crisis económica, el cambio climático, la pobreza. A cambio, por contra, solo se escucha el exabrupto, la acusación al adversario y su descalificación, la apelación al premio o al castigo en las urnas respecto a cualquier asunto. Ayer mismo volvió a constatarse de nuevo el clima electoralista en el que se mueven los partidos. El anuncio de que Hacienda tiene previsto desbloquear antes de las elecciones 4.500 millones de euros referidos a la financiación de las comunidades autónomas y que mantenía hasta ahora retenidos al estar el Gobierno en funciones desató una gran tormenta política con acusaciones de electoralismo y de realizar un “chantaje” con los servicios básicos. Una situación que, si no fuera por la repercusión real que tiene sobre millones de ciudadanos, podría calificarse de absoluta frivolidad. Y la realidad es que llueve sobre mojado: no hay más que recordar los famosos “viernes sociales” de Pedro Sánchez. Si es con comportamientos así como los partidos españoles van a afrontar la crisis de credibilidad que padecen tras más de cuatro años de bloqueo e ineficacia, corren el riesgo de que la ciudadanía les devuelva en las urnas la desafección que se percibe en la calle, síntoma del agravamiento de la brecha entre la política y la sociedad.