BIARRITZ acoge desde mañana, blindada, la cumbre de los siete países más industrializados en una cumbre en la que la agenda preparada por el gobierno anfitrión contiene elementos que bien merecerían que se supeditaran a ellos los protagonismos personales de los asistentes. El equipo de Macron ha introducido en la agenda elementos objetivamente importantes en materia de superación de desigualdades de todo tipo: desde las económicas derivadas de la globalización a las ambientales en función del grado de desarrollo de los países, además de las evidentes de género, que son también de dimensión mundial. Contenidos todos ellos que trascienden, de hecho, el ámbito de las responsabilidades de los siete mandatarios reunidos y merecerían un tratamiento para el que, sobre el papel, debería estar diseñada la Organización de las Naciones Unidas. De hecho, actores fundamentales para encarar esos retos globales no pertenecen al club de los siete más ricos aunque nadie puede cuestionar ya la influencia social, económica, ambiental y política de China, India, Rusia o Brasil, por poner cuatro ejemplos. El reto de esta cita está en sobreponerse a sus protagonistas si de ella debe salir un abanico de propuestas con un mínimo de credibilidad. No son los mejores mimbres los que se disponen, toda vez que el marco de la cita es una inestabilidad derivada de las estrategias de pulso económico y comercial de la administración estadounidense con Europa y China, el inacabado proceso de salida del reino Unido de la UE y un aumento de las fuerzas políticas que a nivel mundial cuestionan la necesidad de activar las agendas medioambientales frente al calentamiento global. Una Angela Merkel en retirada o un Giuseppe Conte recién dimitido no parecen firmes activos para respaldar a Emmanuel Macron frente a las posturas conocidas de Donald Trump y Boris Johnson. Sin decisiones, el riesgo es que la cita se vea reducida a un ejercicio de marketing de los mandatarios asistentes.