EL creciente antagonismo económico de Estados Unidos y China se ha acabado transformando en un abierto conflicto con las características propias de un incidente de la olvidada guerra fría. La escalada no es armamentista ni el despliegue es militar en las áreas de interés económico de ambos países donde, por otro lado, ya existe un equilibrio de fuerzas geoestratégicas perfectamente definido entre ambos en lo político. Pero sí hay una trasposición de ese tipo de tensiones, de los tradicionales juegos de suma cero -tanto gana un lado cuanto consigue que pierda el otro- que caracterizaron la política de bloques hasta el desplome del soviético. El tensionamiento tiene su origen en la necesidad de que la administración Trump ponga sobre la mesa su modelo geoeconómico, que en términos prácticos consiste en imponer su superioridad productiva en un entorno con trabas al libre comercio con aquellos que están en disposición de disputarle el mercado y plena apertura de transferencias con aquellos mercados dependientes. El inconveniente de esa estrategia consiste en que se aplica de espaldas a la propia realidad de la economía mundial. Estados Unidos yerra si intenta establecer un modelo de crecimiento propio -no digamos ya global- basado en sus mercados interiores. El proteccionismo sirve para eludir la competencia externa, pero Washington no puede pretender que no tenga medidas de efecto equivalente o destinadas, como está haciendo Pekín, a dejar sin efecto los aranceles impuestos. La contraofensiva china en su política monetaria liquida de facto, mediante una deflación real, el impacto de los aranceles y hace que los productos chinos sigan siendo competitivos en mercados exteriores mientras dificulta a su vez el acceso de su propia demanda interna a productos importados. Es irresponsable gestionar las relaciones económicas globales como quien lanza una opa hostil a una empresa rival. La inestabilidad no es sectorial ni siquiera industrial o financiera: es global, afecta a todo tipo de intercambios de productos y a la circulación de capitales. El nuevo telón de acero arancelario que pretende elevar Donald Trump para proteger su economía es permeable. Enfrente, China tiene un músculo financiero y una dimensión productiva y de mercado que le permite resistir el pulso. El resto del mundo no lo tenemos.