NO se le debe negar al discurso de investidura de Pedro Sánchez una intención, seguramente la única: no importunar a nadie con sus palabras. ¿Necesidad obliga? La falta del todavía posible acuerdo con Unidas Podemos y la absoluta ausencia de diálogo con otras fuerzas en las que podría apoyarse se traducían todavía ayer, al final de las dos horas de su prédica, en la tentación de dirigirse a la derecha, al PP de Casado y al C’s de Rivera, para ponerles ante el espejo de la responsabilidad en forma de abstención, de “no levantar barreras”. Antes, justo antes, la alusión, la única alusión, a la formación de Pablo Iglesias y a un encuentro de intereses de izquierda que debía haberse formalizado hacía ya mucho tiempo. El de Pedro Sánchez fue un discurso de buscado perfil bajo, átono, sin estridencias, repleto de objetivos -citó seis: empleo y pensiones, revolución digital, cambio climático, igualdad de género, pobreza y desigualdad y Europa- e intenciones -algunas, como la supresión de la Ley Mordaza, heredadas de su primer gobierno- pero sin la mínima concreción sobre el modo de abordarlos. Tampoco ahora. Como si el verdadero fin de Sánchez fuera no dejar flancos abiertos a las acusaciones desde las bancadas de quienes pese a todo ya sabía oposición, eludir el cuerpo a cuerpo y seguir la costumbre de dejar para mañana (o pasado mañana, jueves) lo que pudo hacer ayer y aún podría hoy. Pero si Sánchez buscó no importunar con sus palabras, importunó con sus evidentes silencios, lo que no dijo, la ausencia total de alusión a los conflictos territoriales, a los compromisos ya adquiridos y a la concepción del Estado... salvo cuando citó en un totum revolotum a “17 comunidades y dos ciudades autónomas” que sin embargo, por historia, inquietud nacional, mayorías sociales, acuerdos de transición y sus propias leyes, sus estatutos, no pueden ni deben medirse por el mismo rasero. Si hasta su discurso de investidura -¿lo fue realmente?- Pedro Sánchez no había avanzado lo suficiente, ni mucho menos, en los consensos que se le presuponen a un gobierno de progreso que pretende una reforma del Estado, sea cual sea el alcance de esta, en sus dos horas de discurso no dio un solo paso adelante. Y quizá haya que entenderlo simplemente así y Pedro Sánchez no tenga, al menos de momento, interés alguno en avanzar.