LAS cifras de la Estadística de Violencia Doméstica y Violencia de Género del INE son dramáticamente claras. 27.087 mujeres en 2014, 27.624 en 2015, 28.281 en 2016, 29.008 en 2017 y 31.286 el pasado año; el número de víctimas registradas no para de crecer. Y no sirve aludir únicamente al mayor número de denuncias -que sí se produce- consecuencia de la concienciación social contra la doble lacra, de género y doméstica, que victimiza a las mujeres (35.882 frente a 2.792 hombres, 34.946 agresores frente a 1.397 agresoras). O no solamente. Porque la estadística también puede ser escalofriante y revelar que el terror de género no solo no se reduce entre los jóvevenes sino que atraviesa generaciones: es en el tramo de edad de los 18 a los 29 años, en el que en principio debería existir un mayor grado de educación en igualdad, donde más crece. Y tampoco sirve, en el caso de la sociedad vasca, escudarse en que Euskadi es la comunidad con una menor tasa de agresiones, porque esas 0,8 víctimas por cada mil mujeres vascas, fueron, según datos de Emakunde, 4.244 mujeres en 2018, más de 11 cada día, un 5,5% más que el año anterior. La aplicación y desarrollo, ya urgente, de todas las posibilidades que presenta una legislación -Ley 4/2005, de 18 de febrero, para la Igualdad de Mujeres y Hombres en Euskadi; Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género en el Estado- que tiene más de tres lustros, se antoja algo más que exigible frente a una tragedia que solo en los últimos quince años ha superado con creces el número de víctimas mortales que se atribuye al terrorismo: 1.017 mujeres han muerto por la violencia machista desde 2003 (22 en los primeros cinco meses de este año) según las cifras oficiales, que siempre se quedan cortas. La superación de la sociología de la desigualdad, reflejada en el inverosímil porcentaje del 76% de la población del Estado que cree que esta no existe cuando el 51% de la misma son mujeres, precisa no únicamente de medidas preventivas directas de lsa violencias de género y doméstica, que también siguen siendo imprescindibles, sino de otro tipo de medidas frente a esa interiorización del machismo que continúa generalizada -en ambos géneros además - y que tiene a ambas como nefastas, dramáticas, insoportables, consecuencias.