O SEA, “luego, ya se verá” que es como decir “lo que tenga que ser, será” y vivamos el momento. Presente. Hace una semana que la ciudadanía francesa y buena parte de la europea pudieron vivir uno de esos momentos emocionantes de la política cuando, contra todo pronóstico, se frenó en seco la amenaza de una ultraderecha eufórica que ya se veía dominando Europa. La euforia incontenible que abarrotó la Plaza de la República tras conocerse los primeros datos que daban como vencedor de la segunda vuelta electoral al casi improvisado Frente Popular fue una expresión espontánea del impacto emocional que todavía provoca la política.

Para muchos de los ya desengañados, los que dicen pasar de todo ese rollo político, es digno de tenerse en consideración que aún se dan acontecimientos que conmueven a la sociedad hasta el punto de remover las conciencias, despertar la memoria dormida y prestarse al abrazo y al júbilo. Muchos de los presentes en aquella explosión de júbilo en París y en cualquier rincón de Francia hubieran deseado que ahí mismo, en aquel aliviado entusiasmo, se detuviera el tiempo sin más ambición que disfrutar de él. En los pueblos, en las comunidades, pervive quizá inconsciente la memoria de la vida vivida. Y en la Plaza de la República el subconsciente colectivo volvió a liberarse de la ocupación nazi, celebrando entre abrazos la derrota de los nuevos ocupantes. Una foto fija muy difícil de olvidar, para los que la gozaron y para los que la padecieron. Porque aquella explosión de júbilo celebraba el corte en seco de una ultraderecha que ya se veía dueña de Europa.

Ahora se negocia, se intriga, se pretende, se diseña un futuro en el que quienes ganaron tejerán un encaje de bolillos complicado en el que unos perderán más que otros. O ganarán, ya se verá. No va a ser fácil, por supuesto, pero que les quiten lo bailado a los que celebraron su Francia libre. Apartada ya la derecha ultramontana de Le Pen, comienza un complicado futuro para consolidar un Gobierno estable. Pero no importa. Es tan gratificante cerrar el paso por mayoría a las fuerzas antidemocráticas, que las dificultades compensan con mucho correr el riesgo. Siempre nos quedará París, pero tampoco nos hace falta ir tan lejos porque aquí seguimos celebrando que la derecha extrema y la extrema derecha no hubieran sumado más que la embarullada pero activa unión de demócratas y progresistas que –a trancas y barrancas– les mantiene en la oposición.

En saludable que la política proporcione, aunque sea muy de vez en cuando, estos episodios de euforia, pasión, alivio y esperanza, aunque sean breves, dispersos pero tan gratificantes. Nos merecemos esos momentos de felicidad, de honda satisfacción por el bien logrado y el mal evitado, aunque el resultado sea complicado de solucionar. Vivamos el momento y luego, ya se verá. Gero gerokoak.