SE puede medir un sentimiento? Me refiero a su intensidad. ¿Qué tal está usted? ¿Cuán satisfecho está con la vida? ¿Cómo es la relación con su pareja? ¿Cuánto le satisface vivir donde vive? Estas son preguntas a las que, en ocasiones, se nos pide que respondamos con un número. Cuando se encuesta a la gente para conocer su nivel de satisfacción con diferentes aspectos de la vida, normalmente en el marco de una investigación científica o un estudio sociológico, se le suele pedir que lo cuantifique. Ocurre lo mismo cuando se nos pide que valoremos de 1 a 5 (por ejemplo) el grado de satisfacción con el servicio prestado por los empleados de una empresa. Lo normal es que lo hagamos, aunque en este caso el valor otorgado suele ser –por razones que no hace falta explicitar– muy alto o máximo.

Pues bien, cuando estas encuestas se hacen en el contexto de una investigación, es normal que surjan dudas acerca de la fiabilidad de la calificación numérica otorgada. Sospecho que a la mayoría nos parece que la intensidad de un sentimiento es algo demasiado subjetivo como para que se le pueda asignar un valor numérico fiable. Por esa razón, dos miembros del Centro de Investigación en Bienestar (Universidad de Oxford, Reino Unido) han hecho un estudio para valorar hasta qué punto hay una correspondencia entre el número (entero, sin decimales) con el que las personas encuestadas valoran ciertos sentimientos y la probabilidad de que esas mismas personas actúen más adelante en consonancia con la valoración otorgada. La probabilidad de que actúen se refiere a si toman, o no, decisiones del tipo get-out-of-here (sácame de aquí).

En economía del trabajo ya habían comprobado, por ejemplo, que un bajo nivel de satisfacción con el trabajo es un predictor muy bueno de la decisión de abandonarlo y buscar otro. Ese es un buen ejemplo de una decisión sácame de aquí. En la investigación que nos ocupa han estudiado la vinculación entre el sentimiento de satisfacción (o insatisfacción) y las decisiones posteriores (hasta un año después) relativas a asuntos correspondientes a cuatro dominios de la experiencia humana: vivienda, pareja, trabajo y salud. En el estudio han recurrido a bases de datos –recogidos durante años en tres países (Reino Unido, Alemania y Australia) por administraciones públicas y organismos internacionales– sobre los sentimientos y decisiones de decenas de miles de personas a las que se ha encuestado con diferentes motivos a lo largo de cuatro décadas. Han utilizado del orden de setecientos mil datos, aproximadamente.

Los resultados del estudio fueron muy claros. En los cuatro dominios examinados el número entero con el que las personas cuantifican un sentimiento tiene un mayor poder predictivo que un conjunto de variables económicas y sociales objetivas. Además, hay una relación inversa entre las acciones sácame-de-aquí y los valores asignados a los correspondientes sentimientos. Así la probabilidad de cambiar de vivienda es mayor cuanto menor es la satisfacción con aquella en que se vive; la de romper una relación disminuye con el grado de satisfacción con la pareja; la de cambiar de trabajo se reduce con la satisfacción con el que se tiene; y la de acudir a hospitales cae con la satisfacción con el estado de salud. La relación entre los sentimientos y la probabilidad de actuar para cambiar las cosas es prácticamente linear (y negativa).

En resumidas cuentas, los seres humanos podemos usar una escala numérica fiable para asignar un valor a sentimientos que, en principio, son inmensurables. No sabemos cómo, pero lo hacemos. O, dicho de forma más castiza, “sabemos lo que queremos”.