La UE vuelve a clase entre cesiones, tutelas y silencios
La Unión Europea regresa del verano con la brújula temblando. Agosto dejó tres estampas difíciles de digerir para un proyecto que aspira a ser poder y acaba pareciendo comparsa: un acuerdo arancelario con Estados Unidos plagado de concesiones; una romería a Washington para recibir instrucciones de Donald Trump; y la incapacidad para frenar el drama en Gaza, donde Europa ni media ni disuade ni impone condiciones. Tres episodios que, sumados, dibujan una UE insegura, reactiva y cada vez más periférica.
Claves internas
A las derrotas externas se acumula la fractura interna. Alemania, referencia histórica, se ha convertido en eje de la división europea sobre Oriente Próximo, incapaz de articular una posición que no erosione la credibilidad común. Y Hungría, ya rutina de la obstrucción, vuelve a tensar el apoyo a Ucrania, diluyendo sanciones, demorando paquetes y exhibiendo el precio de la unanimidad: una política exterior rehén de los vetos. El frente económico añade gravedad. Los malos datos de Alemania –industria renqueante, inversión en pausa, demanda interna débil– lastran la confianza de la eurozona y cuestionan el corazón del modelo europeo. Sin un motor alemán en marcha, la agenda de competitividad, transición verde y autonomía estratégica se queda en consignas. Europa habla de campeones industriales mientras discute migajas regulatorias.
Francia como problema
En el plano político, Francia se asoma a una tormenta. La previsible caída del Gobierno de François Bayrou en la cuestión de confianza amenaza con abrir una crisis institucional de alto voltaje y encender nuevas dudas sobre la deuda francesa. Si París titubea y Berlín se enfría, la pareja fundadora deja de tirar del carro y Bruselas se queda sin dirección. La foto de la rentrée es, por tanto, de cesiones fuera, bloqueos dentro y liderazgo menguante. No basta con invocar “valores europeos” si no se acompañan de capacidad de decisión y costes asumidos. La UE debe recuperar iniciativa: condicionar su relación con Washington a la reciprocidad, fijar líneas rojas y estímulos sobre Gaza, blindar el apoyo a Kiev frente a los chantajes y, sobre todo, acordar un programa económico que combine inversión, seguridad y reforma del mercado interior.
Se acaba el tiempo
Europa no puede permitirse otro curso de gestos y ruedas de prensa. O convierte su poder potencial en poder efectivo, o seguirá asistiendo, desde la grada, al reparto del mundo. Ese es el examen que empieza hoy. Y ya no admite recuperación en septiembre. Exige plazos vinculantes, presupuestos reales y responsables con nombres y apellidos. Supone reformar reglas que hoy blindan la parálisis y aceptar que habrá costes –electorales, diplomáticos y fiscales–. Demanda hablar con una sola voz en Ucrania y en Gaza y dotar esa voz de instrumentos que disuadan, condicionen y protejan. Porque si Europa no decide, otros decidirán por Europa.