Volvemos a las andadas. Como en la caída de Lehman Brothers en 2008, desde el otro lado del Atlántico, la quiebra del Silicon Valley Bank, el cierre de Signature Bank y el rescate de First Republic, en la primera economía del mundo, nos pone al borde del precipicio de una crisis bancaria en la UE. El primer síntoma de rebote en el continente europeo se ha producido en la otrora todopoderosa banca suiza y la operación de salvamento de Credit Suisse, con un coste que puede superar los 50.000 millones de euros, pese a su venta al UBS. Si antes se trató de la burbuja inmobiliaria, repleta de activos tóxicos, esta vez la estafa se ha producido en torno a valores de alta tecnología. Todo vale para engañar a los depositarios de los ahorros porque la realidad que subyace es que la globalización ha puesto de manifiesto una insuficiencia de regulación del sistema financiero mundial. El resultado real es que la liberalización de los movimientos de capital se ha enfocado solo en buscar ganancias a corto plazo a cambio de mayor riesgo.

Factores de la crisis

Una crisis financiera se desata por aumentos sostenidos de la deuda, sea pública o privada, grandes déficits en cuenta corriente, desaceleración de la actividad económica real o un aumento considerable en los precios de los activos. Cuando la economía se deteriora implica que las empresas –y en muchos casos el gobierno– están en situación de insolvencia. Las empresas insolventes se ven obligadas a vender activos importantes para obtener nuevos fondos. Este revés provoca que las entidades bancarias se vean obligadas a restringir nuevas oportunidades de crédito y a endurecer las condiciones de los créditos ya impagados. Además, si la empresa está cotizando en Bolsa, los inversores no la verán ya como una oportunidad. Esto nos dice la teoría, pero queda por ver en qué situación nos encontramos ahora. Es evidente que la pandemia del covid obligó a una política pública expansionista para recuperar la economía, lo que llevó a un alto endeudamiento de los Estados, en nuestro caso, de la UE. En pleno intento de salir de la crisis, llegó la guerra en Ucrania lo que ha provocado una escalada de costes generalizada en energía y alimentación y con ello un incremento desbocado de la inflación.

El coctel más perverso de la economía de mercado es la conjunción señalada: alto nivel de endeudamiento, precios muy elevados y crecimientos mínimos o nulos. El problema es que las recetas para salir de esta especie de laberinto siempre pasan por reducir la inflación, para lo cual los bancos centrales deben subir tipos de interés y, con ello, reducir el nivel de préstamos del sistema. Ese es el gran debate en el sistema financiero internacional. En los cuarteles generales de los grandes bancos de inversión en los que se generan emisiones de deuda, operaciones corporativas, fusiones y adquisiciones o salidas a bolsa, la moral está por los suelos. Ya se descuenta que el segundo trimestre del año, con una primavera que suele ser muy prolífica en operaciones, está salvo milagro, prácticamente perdido. La abrupta subida de los tipos de interés y ahora la crisis financiera obligan a hacer una reevaluación total de la estrategia.

El BCE no cambia la ruta

Por su parte, el Banco Central Europeo, desoyendo mensajes como el lanzado desde grandes entidades duramente castigadas en bolsa en los peores días de la crisis bancaria, ha subido los tipos de interés 50 puntos básicos hasta el 3,5%. Pero ya ha advertido de que lo que venga a partir de ahora dependerá del estado de salud de la banca. Está claro que el BCE ha querido hacer una demostración de fuerza, lanzar al mercado la idea de que el sector financiero europeo está sano y que se puede seguir dando prioridad a la batalla contra la inflación. Pero difícilmente podrá seguir el ritmo si las tensiones bursátiles contra la banca continúan. La realidad es que los bancos han sufrido un gran varapalo en Bolsa –los españoles se han dejado 20.000 millones de euros– y están bajo la lupa. Por tanto, es probable que el principal lastre para la actividad económica provenga de un endurecimiento de los préstamos bancarios, que ya se está contrayendo en respuesta a las tasas de interés más altas. Me temo que esta crisis bancaria, de no ir a mayores, es el principio del fin de la fiesta keynesiana. Vendrán nuevas reglas fiscales en la UE para el control de los déficits presupuestarios y los hombres de negro volverán a merodear por las economías más débiles. Como dice la canción: Malos tiempos para la lírica.