día de hoy quedan ochenta partidos para cerrar esta temporada de fútbol, tan extraña y devaluada. Y si ya es contradictorio que se celebre un espectáculo sin público, no lo es menos que la televisión se afane en simular la realidad induciéndonos a creer que los estadios no están vacíos y cultivando telarañas. Sin gente no hay paraíso, no se empeñe la tele en el teatrillo tecnológico de llenar con colorines y sonidos enlatados lo que la pandemia ha deshabitado. Como los realizadores deportivos de Movistar+ se divierten en sus consolas con el videojuego FIFA 2020, absorbidos por su artificialidad, piensan que es bueno aplicar a las retransmisiones lo que alcanzan a creer como verdadero en sus partidas de fútbol digital. Vayan con cuidado, porque estas falsificaciones nos aproximan a Matrix, donde nada es auténtico.

Tengan piedad. La gente está muy castigada por el coronavirus y los efectos del largo confinamiento. Y lo que necesita es realidad tangible. La pura verdad es irreemplazable. Nos harían un favor, por estética y salud mental, si en los ochenta partidos que quedan por emitir nos evitasen esos pegotes engañosos para la vista y el oído. Nos sobra imaginación para entender el fútbol sin espectadores. Nos gusta el fútbol tal cual, sin robótica. No sustituyan a las personas por bits y pixeles chapuceros. Ya vale de canjearnos por espurias sombras y rumores adulterados.

Los futboleros hemos dado por concluida la liga y quien gane o pierda no tendrá mucho de qué jactarse o lamentarse. Solo nos queda la esperanza, poca, de poder regresar al campo en septiembre y acudir en masa a la final vasca de Copa como revancha de lo que nos ha hurtado el estado de alarma. Y mientras tanto, que la tele remedie con sus euros las arcas de los clubes y concluya con dignidad lo que queda de campeonato sin recurrir al pastiche.