SI en las cajetillas de tabaco se advierte que "fumar mata", también en los boletos, espacios y webs de apuestas debería indicarse, bien visible, que "la suerte es la esperanza de los tontos", o que "apostar es adictivo". El Gobierno central no se ha tomado en serio el drama de las ludopatías que arruina la vida a miles de personas. Tienen una Dirección de Juego, también en el Gobierno Vasco. ¿No debería llamarse acción contra el engaño, por cuanto apostar es un sistema lúdico de fraude? El ministro del ramo es ahora Alberto Garzón, muy de izquierdas, que ha presentado un proyecto de decreto sobre publicidad y patrocinio de esta actividad que se queda en un quiero y no puedo. Mala suerte, ciudadanos.

En esencia, el zurdísimo Garzón autoriza que las marcas de juego sigan esponsorizando a clubes y deportes de élite. Y así Osasuna, Alavés, Bilbao Basket y Baskonia, entre otros, continuarán exhibiendo los logos de esta mafia antisocial. Bonito ejemplo para niños y jóvenes. Es verdad que prohíbe a personalidades relevantes (Coronado, Sobera, Nadal, Ronaldo, Del Bosque y Piqué fueron prescriptores) poner cara y voz a sus campañas; pero no se suprimen totalmente sus anuncios en radio y televisión, como ocurre con el tabaco y el alcohol. Tendría que ser obligatorio recordar al apostador que "esta jugada tiene una entre cien millones de posibilidades de ganar" o que "siempre pierdes". Prometer una recompensa de infinitésimas probabilidades es explícita publicidad engañosa.

Nadie mejor que el sufrido ludópata Dostoyevski expresó la pulsión irrefrenable por las apuestas en su novela El jugador: "Al salir del casino siento que dentro de mi bolsillo se mueve algo. Es un florín: «Ya tengo bastante para comer», me dije. Pero después de haber andado cien pasos cambié de parecer y me volví". El miércoles de ceniza fui testigo de cómo una señora muy anciana, con temblores de parkinson y emulando al romántico Alekséi, se dejaba en unos minutos 50 euros de su pensión en la tragaperras del bar. No sé si le quedó algo para comer.