abochornados de que los españoles supieran, por el cine y la televisión, más del sistema judicial americano que del propio, la cadena pública franquista emitió, allá por los 70, la serie Visto para sentencia, una producción espantosa en la que Javier Escrivá hacía de fiscal totalitario. Ya en los 90, llegaron Anillos de oro, de Ana Diosdado; y Turno de oficio, de Antonio Mercero. Ahora, sin ficciones, el canal 24h emite las sesiones del juicio contra los líderes independentistas que tiene todas las trazas de las chirigotas del carnaval de Cádiz y opta a desbancar en el ridículo anticatalán a Joaquín Sabina. ¿Desde cuándo lo burlesco, flaco, se concibe a beneficio de la autoridad?

El desfile de testigos se parece a una consulta psiquiátrica para amnésicos. De desmemoria se disfraza el perjurio. Y en esto llega Monserrat, la secretaria judicial que encabezó el registro manu militari de unas dependencias de la Generalitat, y dice que sintió miedo, como si esta emoción tuviera mayor entidad que la entereza de la gente en su protesta. Los magistrados le concedieron el biombo de la invisibilidad al ocultar su imagen a los espectadores. ¿Y qué decir de la disposición escénica? Los declarantes se sitúan frente al tribunal, quedando a un lado acusadores y fachas; y al otro, los muchos letrados defensores, de manera que, por la natural tendencia a mirar a quien te interpela, se les fuerza a girar el cuello, como la niña de El exorcista. ¡Todos condenados a pena de tortícolis! Marchena, el juez al mando, tan retórico, ha dicho ya mil veces “mire usted hacia delante”. Esta farsa es un sainete.

No sale bien parado el sistema español de enjuiciamiento en la retransmisión. Es un diseño de venganza, esperpento y chapuza, un reality. Y pensamos que si no hay derecho a este drama es, básicamente, porque no hay Derecho.