SPRINTAR es sinónimo de acelerar y en este preciso momento, con la recta final de la competición delante de los ojos, toca esprintar. Elevar las revoluciones, forzar el ritmo, echar el resto, vaciar el combustible que haya en el depósito. Para el Athletic continúa habiendo motivos por los que volcarse en ese último intento de lograr aquello que no ha podido en el resto de la temporada. Al compromiso profesional, factor independiente de la coyuntura deportiva, se agrega ese margen por recortar en la clasificación que le obliga a esmerarse más aún si cabe a fin de conquistar el premio inherente a la séptima posición.

Sencillo no va resultar porque, tal como se ha apuntado, entre las virtudes del equipo no figura la regularidad. Viene de lejos esta carencia y ahí se mantiene, instalada en el seno del vestuario sin que se articulen fórmulas que ayuden a eliminarla o atenuarla en algún grado. También Marcelino se propuso terminar con la acusada tendencia a alternar hazañas y fiascos, de ir mezclando actuaciones serias con ejercicios de vulgaridad o de impotencia con una facilidad pasmosa, desconcertante, la verdad. Un mes y medio picando alto y el resto del curso, lo dicho, un paso adelante, otro atrás, dos más al costado y vuelta a empezar. El afán de asturiano por armar un Athletic consistente se ha revelado baldío, aunque atendiendo sus valoraciones todo adquiera un color más bonito.

La fiabilidad, condición indispensable para cultivar aspiraciones en un torneo de 38 jornadas, sigue pues en busca y captura. ¿Aparecerá de repente, con cinco partidos por celebrarse? Los compromisos recientes no invitan a confiar en una transformación radical, o sea en el mejor de los sentidos, en los cruces con Atlético de Madrid, Valencia, Granada, Osasuna y Sevilla. Sin ponerse a especular sobre dónde pinchará el Villarreal, al que debe recortarle cuatro puntos, cómo intuir siquiera qué tipo de versión brindará el Athletic en esas citas y de qué le servirá.

A qué crédito opta el equipo que perdió con el Celta y seguido ganó como ganó al Cádiz. Difícil señalar cuál de los dos espectáculos es peor y tiene tela que exista la posibilidad de dudar cuando los andaluces padecieron un calvario hasta el descanso. Pero cuando ni coger una ventaja de tres goles vale para impedir o al menos rebajar el impulso del desesperado, de un firme candidato al descenso, a qué recurrir para que el ánimo no decaiga definitivamente.

Hombre, siempre puede apelarse al discurso que desvía la atención de lo sustancial. Marcelino se esforzó en subrayar la parte positiva del fútbol de sus hombres, o sea el primer tiempo, la prueba irrefutable a su juicio de que no "estaban de vacaciones". Luego, para diseccionar el desarrollo de la parte negativa, la que engloba las casi veinte llegadas del Cádiz al área en 45 minutos, cargó las tintas en la figura del árbitro, sugiriendo o dando a comprender que anuló de mala manera el cuarto gol (con la chepa de Iñaki Williams) y que durante la segunda mitad fue muy condescendiente con la intensidad de los cadistas en las disputas, en el cuerpo a cuerpo. Incluso comentó que la expulsión sufrida fue injusta y no pareció que se refiriera en concreto al hecho de que en vez de Vesga debería haberse marchado Vivian.

Al personalísimo análisis del partido siguió un intento por matizar una declaración anterior suya, donde aseguró que la "mentalidad ganadora" que distingue a Iñigo no es "algo que tenemos en exceso". Pese a que sea una obviedad, una reflexión perfectamente asumible porque, en efecto, en otros se echa en falta ese modo de competir constante y tan particular del central, que aúna calidad, concentración y casta, Marcelino trató de rectificar y para ello se puso a alabar la "actitud" de todo el vestuario, aspecto que nadie habría puesto en cuestión. ¿A qué vino esa fogosa defensa de la plantilla?

En fin, que próxima la hora del balance se notan la incomodidad y el nerviosismo que genera una trayectoria que no ha satisfecho a los diversos estamentos del club. En previsión de que no se produzca una reacción inusitada, es lógico porque también lo es que las expectativas hayan languidecido tras asistir a sendos borrones justo en pleno esprint.