L Athletic sumó otro lamento a su particular lista. Habrá disparidad de criterios a la hora de decidir qué partidos merecen que se apele a esa conclusión, a ese convencimiento de que hizo mucho más de lo que el marcador refleja, pero sin duda hay unos cuantos. El de anoche sería uno por todo lo que sucedió en el primer acto, cuando se asistió a un ejercicio de plena superioridad de los rojiblancos frente a un Sevilla desbordado por la agresividad y la constancia, un ejercicio de nuevo condenado al fracaso en los metros decisivos. Esta circunstancia refrescó la máxima que habla de que quien perdona tanto acaba por pagarlo. Con la sexta parte de lo que deparó el despliegue local, el cuadro andaluz acertó. Metió una de las dos que tuvo y casi todo lo que vino después, desde el descanso a la conclusión, era previsible y en absoluto pintaba bien para los intereses de un Athletic que acumula ya demasiados motivos para preocuparse.

La puesta en escena resultó intachable, salvo por una acción, la primera del encuentro, en que el balón rondó peligrosamente la meta de Simón, ayer inédito, lo que hace que el desenlace sea más indigesto aún de lo que objetivamente es. Los intentos en ataque del Athletic fueron todos, lo que se dice todos, ocasiones meridianas de gol. Lo cantó la grada una y otra vez porque fueron hasta seis lances propicios para cobrar ventaja y bien repartidos por cierto: Iñaki Williams, Dani García, Nico Williams, Raúl García, Muniain y Vencedor, acariciaron el premio a que se hizo acreedor el equipo. En unas la impericia, en otras Bono y en un par los postes se interpusieron en el triste destino que jornada a jornada está escribiendo el Athletic.

Sí, incluso la madera cobró su cuota de protagonismo en una ofensiva que hizo aparecer a los chicos de Julen Lopetegui como un equipito. Los dos centrocampistas se sumaron al abordaje para probar desde la frontal, en una prueba de la intensidad con que se manejó el equipo de Marcelino, pero ambos se estrellaron con ese elemento inmóvil que algunos días se convierte en el mejor amigo del portero. Fue el caso, porque las jugarretas que le hicieron a Bono sus compañeros, agobiados por la presión, parecían obra del enemigo. Solo por ello, el Sevilla debió haberse retirado a la caseta a meditar y planear cómo remontar el resultado, pero en cambio el técnico de los andaluces tuvo la posibilidad en el descanso de ajustar líneas y rescatar la identidad pragmática que distingue al segundo clasificado del campeonato.

Así, el desbarajuste visitante se transformó en una versión bastante reconocible de un grupo que también destaca por su solvencia en la contención, no en vano ha recibido menos goles que nadie. Máxime si se pone por delante, el Sevilla funciona como una máquina, una desbrozadora, capaz de anular cualquier asomo de riesgo. De hecho, en la segunda mitad solo se computó una oportunidad nítida, a cargo de Muniain, que no embocó, pero pudo ser objeto de penalti por parte de Koundé en su afán por entorpecer el remate a bocajarro del capitán.

Huelga añadir que al contrario que su adversario, el Athletic experimentó una pronunciada bajada en sus prestaciones. Es probable que en su ánimo pesase cuanto aconteció previamente y además ya no halló la chispa necesaria para reactivarse y percutir como al principio. Los relevos no desatascaron, apenas brindaron soluciones prácticas ante un enemigo advertido, mejor organizado y que para entonces podía enfocar su trabajo a desarrollar una misión de su gusto: aguantar una ventaja mínima. El Athletic dejó de robar y no halló espacios para proyectarse, de modo que sus posesiones derivaron en mera impotencia.

Pese al diferente comportamiento habido entre el primer y el segundo tiempo, la derrota es cruel. El Sevilla no podrá afirmar que es justo vencedor, en realidad anoche estuvo en un tris de salir muy mal parado de San Mamés, opositó con avaricia a la derrota durante muchísimos minutos, los mismos en que el Athletic expuso argumentos que en condiciones normales conducen al éxito. Es cierto, de eficacia anda muy flojo, como repite su entrenador, pero la observación es aplicable a lo presenciado ayer y en varias jornadas sueltas. En otras no ha habido margen para abonarse a ese lamento y por ahí se explica que, por ejemplo, encadene ocho citas sin catar la victoria. Casi un cuarto del calendario. En fin, un mundo.