UMA y sigue. Siempre y cuando lo único importante sea el resultado, la valoración del bodrio que regalaron Atlético de Madrid y Athletic será excelente desde la perspectiva de este último. Qué duda cabe de que arrancar un empate, encima en casa del campeón y de nuevo sin recibir gol, queda registrado como un gran logro. Contribuye además a consolidar la idea que propugna Marcelino. Confirma la fidelidad del equipo a un plan, a una forma de entender el juego cuya rentabilidad no admite discusión después de cinco jornadas que incluyen cruces con el Barcelona o el de ayer. Hasta aquí alcanza la lectura positiva de un espectáculo cortado por el patrón de la mediocridad y la impotencia para construir, crear, desenvolverse en suma a la altura que se les presupone a dos candidatos a plaza continental.

A riesgo de que pueda interpretarse erróneamente, cuando la apreciación que sigue solo pretende analizar con ecuanimidad a los protagonistas, señalar que Lekue, Vivian, Iñigo y Balenziaga merecen todas las alabanzas. Los cuatro se hicieron acreedores al notable. Son la principal razón de que la racha de imbatibilidad se prolongase, de que el Athletic se sostuviese dignamente hasta el último suspiro y albergase siempre opciones de puntuar. Representan la garantía del correcto funcionamiento colectivo. No se limitaron a formar el escudo que permitió a Simón pasar inadvertido, su principal cometido, sino que se erigieron en el contrapeso imprescindible a la anodina aportación del resto.

Y es que en el Metropolitano no hubo noticias, al menos de carácter relevante, de los hombres sobre los que recae la responsabilidad de hacer algo que trascienda a cuestiones básicas como correr, pelear y mantener las posiciones a fin de colaborar en tareas destructivas. Si la suerte del Athletic dependiese del comportamiento de la gente de arriba, ahora estaríamos hablando de algo muy diferente.

Lo cierto es que la aplicación del conjunto, su virtud más acusada en el inicio de la temporada, bastó para retratar la pobreza argumental del Atlético. A lo largo de muchas fases flotó la sensación de que la tarde era propicia para dar un golpe encima de la mesa. La plasmación de tanta generosidad debería haber sido algo así como el primer paso para opositar al triunfo, sin embargo ganar son palabras mayores. Ese objetivo reclama otro tipo de actitud, justo la que no asomó por más que la empanada mental de los de Simeone invitara a dar ese segundo paso que probablemente hubiese sido definitivo.

Para contradecir estas reflexiones se aludirá a que de las tres únicas situaciones de peligro real que hubo en los 96 minutos, dos correspondieron al Athletic. Iñaki Williams y Villalibre dispusieron de balones inmejorables para dictar sentencia, pero ambos se asustaron al ver a Oblak salir de portería para gestionar duelos donde el portero está vendido. Cargar el muerto a los dos delanteros sería la explicación fácil del 0-0. Todo el mundo asistió incrédulo a esas acciones que hubiesen hundido al Atlético casi con total seguridad, especialmente la segunda porque se produjo en el tiempo añadido, aunque lo que falló realmente fue el balance ofensivo.

Se diría que las piezas de ataque son incapaces de asimilar el esfuerzo físico que pide Marcelino, de modo que su incidencia se convierte en anecdótica, por decirlo suavemente. El poco peso que tienen en el campo obedece asimismo a que la distribución, la salida de campo propio, es a menudo un homenaje al melonazo. Envíos sin ton ni son destinados a ganar metros y, habrá que pensar, que inspirados en la consigna de eludir riesgos en zonas comprometidas condicionan las apariciones de Berenguer, Muniain o la pareja de delanteros, en número y en calidad. No obstante, de los intocables se espera que demuestren personalidad y recursos para dejarse sentir e impedir que el equipo parezca que enfoca el trabajo exclusivamente en eludir complicaciones en su portería.

Celebrar los puntos que ahora figuran en el casillero resulta tentador, qué no se dirá si se le derrota al Rayo el martes, pero el nivel general de la competición invita a abonarse a una mentalidad más alegre. Hoy el Athletic transmite que va con el freno de mano echado, obsesionado con no perder, y deja escapar oportunidades como la de ayer.