IÑAKI Williams volvió a ser titular un mes después. La anterior vez que jugó de inicio fue en la final de Copa con el Barcelona y hasta el pasado domingo ha venido siendo utilizado como recambio en las segundas partes en un total de seis encuentros. No hace falta precisar que se trata de partidos consecutivos: es obvio y conocido por todos que existe un especial interés en que establezca un registro que le hará figurar en la historia de la liga como el futbolista con el más alto número de participaciones seguidas. Terminará la temporada a siete de igualar a Juan Antonio Larrañaga, líder de esta clasificación con 202 actuaciones sin fallo.

De no mediar una desgracia, el próximo otoño cumplirá el delantero un objetivo que básicamente resalta una disponibilidad fuera de lo común. Parece increíble que en un período tan extenso como es un lustro, Williams nunca se haya visto afectado por un contratiempo físico que le obligara a causar baja. Seguro que en alguna ocasión desde el 20 de abril de 2016 ha jugado con molestias, pero nada lo suficientemente grave para impedir que vistiese de corto, siquiera un puñado de minutos. Huelga apuntar que en los 194 partidos que acumula a día de hoy, la proporción de titularidades es abrumadora.

Quizá esta fase reciente en que ha enlazado media docena de suplencias sea la excepción en la trayectoria de un futbolista al que todos los entrenadores han reservado un puesto en la alineación inicial. Se entiende que ahora Marcelino ha optado por sentarle en el banquillo con la única intención de protegerle. Es probable que, al igual que otros fijos, Williams notase el desgaste de un calendario denso por la elevada frecuencia de compromisos y particularmente exigente por incluir la disputa de una Supercopa y dos finales de Copa.

Desgaste del cuerpo y de la mente. El propio interesado manifestó que la decepcionante respuesta del equipo en las finales le había dejado el ánimo muy tocado. Por lo visto, Marcelino no se limitó a aludir a dicha cuestión sino que tomó medidas y obró como creyó conveniente, esto es, rebajando de manera drástica la cuota de protagonismo de Williams.

Analizado su rendimiento del último mes no admite duda que atraviesa un bache, profundo además. Ni siquiera haber tomado parte en dos acciones que valieron sendos goles, uno con su firma en el triunfo por la mínima en el Sánchez Pizjuán, justificaría esos minutos de que ha disfrutado. La sensación que ha transmitido es la de alguien desconectado de la competición, que no puede integrarse en el juego y flota en mitad de la batalla mientras alrededor sus compañeros sudan la gota gorda. Williams está como ausente, casi podría decirse que ejerce de espectador privilegiado, ve pasar cerca un balón que nunca le pertenece y que si por un casual llega a sus dominios le pilla frío, lo cual le impide elegir correctamente. Ha habido varios partidos donde ha pasado completamente desapercibido, aunque nada de lo dicho le ha impedido sumar partidos.

Frente al Madrid brindó otra ración de inoperancia absoluta. El técnico le puso de salida y le aguantó una hora. Sobre el papel, había transcurrido tiempo suficiente para recobrar parte de la frescura perdida y la entidad del compromiso, se antojaba un aliciente para que se acercase a la versión de Williams que la gente espera. Pues no, no se enteró de la fiesta. De acuerdo que el equipo no facilitó la tarea de los delanteros, pero él se mostró incapaz de incomodar mínimamente a la defensa rival. Fue presa fácil para Militao y Nacho. Un chollo.

Lo grave o preocupante de este asunto concreto es que hablamos de un jugador con la vitola de referencial. Por supuesto que cualquier integrante de la plantilla tiene derecho a estar bajo de forma o deprimido, pero resulta significativo que puedan realizarse este tipo de valoraciones tan descarnadas de quien es objeto de un trato privilegiado en todos los sentidos, incluso para impulsar su candidatura a hombre-récord.