SEGUNDO enfado de Marcelino Después de recibir al Levante en cita liguera confesó que estaba "hasta las narices" de empatar a un gol. Era la quinta ocasión en que se registraba ese marcador en seis partidos. El miércoles en el Metropolitano no dejó una frase para titular, pero mantuvo un semblante muy serio, demasiado en alguien tan propenso a la sonrisa. Igual de serio que el tono empleado en cada una de las respuestas. Estaba quemado. Le dolió en el alma caer en el campo del líder y, aunque lo que viene a continuación pudiera resultar paradójico, a uno le alegra que el técnico expresase ese sentimiento, que fuese incapaz de disimular hasta qué punto le molestó volverse de vacío a Bilbao.

Escuchando su análisis, se interpreta que más que cuestionar la justicia del marcador, le carcome que el Athletic, o al menos a la obtención de un punto, y no lo consiguiese por culpa de dos acciones aisladas. En ambas detectó la existencia de algún error por parte de sus hombres y fue en ese par de detalles donde el Atlético de Madrid fundamentó su triunfo. ¿Por qué? Pues porque significaron dos goles, que además de invalidar el gol propio llegaron muy seguidos, con el consiguiente impacto psicológico en un bando y en el otro. Para el minuto 51, la suerte del Athletic estuvo echada y esta conclusión, confirmada en el posterior desarrollo del juego, no reflejaba en absoluto cuanto había sucedido hasta entonces.

A Marcelino no le sirve de consuelo la entidad del Atlético, sus números (casi dobla en puntos al Athletic, solo ha recibido 18 goles y cedido dos derrotas en 26 jornadas) o su acreditado pragmatismo (Simeone utilizó cuatro de los cinco cambios para reforzar la contención). Al revés, el nivel del mejor equipo de la categoría acrecienta su malestar y es que no solo comprobó que el Athletic posee argumentos sólidos para discutirle el desenlace, sino que él preparó mental y tácticamente a su equipo para ello.

Así, vimos que el Athletic nunca especuló, resistió el brioso arranque colchonero, equilibró fuerzas y agarró las riendas. El objetivo era ganar y retirarse al descanso ganando hubiese sido una consecuencia directa del rendimiento ofrecido. Marcelino es consciente de que la responsabilidad del empate es de sus jugadores, que dejaron de apretar durante un puñado de segundos, alguno más de los diez extra que permitió el árbitro y que desde la perspectiva forofa señalan a Gil Manzano como el gran culpable. Sobre el penalti, aseguró Marcelino que no lo había visto en detalle, pero tampoco le pasó la factura al árbitro, qué va. Comentó que en esa fatal jugada los centrales gozaban de ventaja para impedir que Suárez progresase. El charrúa lo debió de ver como él y cayó redondo en cuanto se produjo el contacto con Nuñez. El árbitro principal y el del VAR no podían negar la evidencia: penalti.

Es estupendo que a Marcelino se le note el cabreo porque se tuerce de mala manera el cara a cara con uno de los grandes del campeonato. Su reacción es coherente con lo que viene predicando desde el primer día que pisó Bilbao. Saca al césped a la que él considera su formación más competente, justo la que descansó en la jornada previa. Cree que es posible superar al líder en su casa y se demuestra que no va del todo desencaminado, pese a que la cruda realidad acabe imponiéndose a su deseo y al empeño de sus futbolistas. Era una posibilidad que no cabía descartar, no en vano la tropa de Simeone genera problemas insalvables a la inmensa mayoría de sus adversarios. Y se comprende que declare con tristeza lo de que "se nos van puntos una jornada sí y otra también", señal de que confía en su propuesta y en las virtudes de la plantilla. Solo se le pasó por alto un aspecto al citar los contadísimos remates del Atlético: el Athletic tuvo dos nada más. Pocos para salir vivo de semejante prueba.