NTES de nada, pedir disculpas por el tema de esta columna porque es el mismo que se ha tratado en otras muchas ya. También se ha tocado con gran frecuencia en crónicas de partido y en artículos que pretenden analizar la actualidad del Athletic. Lamentar asimismo el dedicar tantas líneas para abordar aspectos negativos y es que no resulta agradable estar cada día remachando el clavo de la crítica al trabajo de Gaizka Garitano Sucede que la situación impide emplear un tono o un enfoque más amable. Las deficiencias son evidentes, además de que se repiten y se repiten con un impacto directo en los resultados y muy especialmente en la imagen del equipo.

La mentalidad que guía al Athletic le está convirtiendo en un colectivo incapaz de seducir o, al menos, ilusionar. El equipo ha ido metiéndose en una espiral peligrosa que le va alejando de aquellos objetivos que en teoría persigue. Los marcadores no mienten, tampoco el comportamiento sobre el campo. Hoy la mayor preocupación no es la clasificación, puesto que a estas alturas de la temporada nada hay definitivo y si algo han demostrado este técnico y esta plantilla es que poseen amor propio y un plan para reaccionar en caso de apuro. Lo que de verdad inquieta es su funcionamiento, la forma en que afronta los partidos y utiliza los recursos porque, como se ha apuntado, se percibe una tendencia que nada bueno augura a medio y largo plazo.

Es significativo que en pleno inicio de curso el Athletic haya adoptado en casi todas las jornadas un perfil de equipo pequeño, que le haya ido mal (van cuatro derrotas) y que no muestre ni la más mínima intención de explorar otra clase de registro. El repaso de la lista de rivales no hace sino agudizar la sensación de que sufre un déficit de confianza abrumador. Todos los futbolistas parecen peores de lo que son y el responsable no acierta a introducir factores correctores. El panorama, al margen de lo que se palpa en el entorno, se completa con los mensajes salidos de la caseta, que denotan una falta de perspectiva y realismo formidables. Se diría que, en efecto, escudados en argumentos imposibles de sostener entre todos han asumido que pertenecen a un equipo pequeño, sin miras que trasciendan la mera supervivencia.

Jugando mal, porque juegan mal, no solo feo sino mal, y básicamente planteando sus partidos con la prioridad de no perder, es normal que esté pasando lo que vemos desde septiembre, una especie de prolongación de las peores fases habidas en la temporada anterior. Por mucho que sus integrantes se esfuercen en maquillar de palabra las deficiencias de su rendimiento, la única conclusión posible dice que el Athletic se ha atascado, no progresa, involuciona. ¿Todo el mundo se ha dado cuenta, menos los de dentro?

En El Sadar se asistió a la enésima prueba de que tal cual quiere Garitano que sea el equipo, está abocado a sufrir y hacer sufrir. Pasa de castaño a oscuro que contra viento y marea mantenga en la alineación a una serie de jugadores. Si pierden porque tendrán más ritmo y estarán más conjuntados la semana siguiente; si ganan porque para qué tocar nada. Ya no es que estén mal de forma o desacertados últimamente, el asunto viene de lejos y no vale taparlo echando mano del comodín del balance defensivo, que de un tiempo a esta parte tampoco garantiza puntos.

El Athletic pide a gritos un meneo, una gestión distinta del grupo que favorezca la paulatina y auténtica inclusión de savia nueva, que no condene a sus promesas a ejercer de figurantes o al alucinante papel de parche para solucionar tanta inoperancia y fútbol ramplón cuando pintan bastos en el marcador. Necesita una mentalidad ambiciosa para salir a ganar y confiar en la frescura. No es una ocurrencia que nace del desencanto, es la fórmula que toda la vida se ha aplicado en este club.