La política tiene tantas definiciones como se quiera. Humildemente considero que es una actividad humana necesaria con el objetivo de lograr el bien común, para lo que debe atender las necesidades reales de las personas procurando la mejor convivencia humana. Eso significa que quienes anden en eso de la política deberían tener los pies en la tierra, buena voluntad y alejarse, como de la peste, del odio, la mentira, la violencia y la ignorancia.

Para alguna gente de la política se está convirtiendo en absolutamente cotidiano vivir en una realidad paralela y delirante. Que no importe lanzar una granada contra un centro de menores, subvertir el orden legal establecido contra la libertad de expresión por una conferencia, negar los asesinatos de mujeres (1.033 desde 2003 cuando se empezó a contar) o frivolizar la violencia, entre otros muchos, les sirven para buscar el rédito a corto plazo, pero enfangan los pilares democráticos.

Ya se sabe que el miedo es la mejor manera de manipularnos y en ello andan para que cada vez le demos menos importancia y dejemos de defender cuestiones nucleares de la vida en sociedad. Resulta sorprendente, y peligroso, que no nos indignemos ante las vulneraciones directas de los derechos de las personas y las soflamas mentirosas, provocadoras indignas e impropias de alguien que se considere a sí misma persona.

Como dijo Theodore Roosevelt, una gran democracia debe progresar o pronto dejará de ser o grande o democracia. Es justamente lo que está pasando en el Estado español, en caída libre y retroceso democrático, sin gobierno y sin liderazgo político, con una ultraderecha envalentonada a la que no se quiere poner freno. Ni siquiera el PP, que saldría ganando si mantuviera una posición de derecha civilizada y democrática (se vio en los resultados electorales de noviembre al suavizar ligeramente el discurso). Por eso, sorprende que sigan dejando hablar a Cayetana Álvarez de Toledo que ha enfadado hasta a las víctimas de Covite con tonterías sin fondo intelectual, pero llamando al lío contra todo el mundo y, especialmente, contra los separatistas, como le gusta decir.

Otros ejemplos del despropósito político son los dos actos promovidos por Carlos Urquijo -aquel controvertido, obsesionado e instigador delegado del gobierno español- y que siguen demostrando la rentabilidad de la provocación en aras a la unidad de España.

Cual caballero en la reconquista impulsó una concentración en la puerta de la universidad contra la conferencia de un expreso que, por cierto, ya ha cumplido su condena. Se entiende el dolor personal de las familias, pero no que se utilice para poner patas arriba el Estado de derecho.

Por otro lado, su contra-charla en defensa del español, sonaría más a niñería que a otra cosa si no estuviéramos a la fuerza en este Estado en el que usan su lengua y lo que haga falta contra el resto (y eso que nos acusan de usar el euskera políticamente).

Tal como nos recuerda John Stuart Mill, la idea de que la verdad siempre triunfa sobre la mentira es una mentira agradable de escuchar, aunque la experiencia lo contradiga pues la historia está llena de momentos en que la verdad ha sido silenciada por la persecución. Y si no, miremos hacia atrás. El fascismo se autoamnistió y siguió viviendo tan ricamente en el ejército, en la judicatura, en las administraciones y en nuestros pueblos sin pagar a la sociedad por sus delitos. Reinventaron la historia y pretenden que nos la creamos (y callemos).