david Lloyd George (primer ministro británico a principios del siglo XX) escribió que “las elecciones a veces son la venganza del ciudadano”. La papeleta es un puñal de papel, al reflexionar sobre la capacidad que nos da el voto para entregar el poder a unas fuerzas o a otras. Y en eso radica la diferencia, más si cabe mirándolo desde Euskadi y con una representación que en Madrid nunca será mayoritaria, por razones obvias.

Aunque no ha empezado oficialmente, la campaña de las generales podemos verla ya como una de las peores por el alto nivel de agresividad del discurso de la derecha. Acostumbrada a campar por donde y como le daba la gana, se muestra llena de rabia e intolerancia al no soportar que la desalojaran del poder con una moción de censura en junio de 2018. Lo positivo es su fragmentación y la debilidad que muestra el PP perdido por la corrupción.

Oír a Pablo Casado produce reacciones contradictorias. O te ríes por la sarta de tonterías, ignorancia y falta de sentido común que tiene (inconcebible en un político que aspira a la presidencia de gobierno) o te enfadas a más no poder por lo mismo. La necesidad de decir algo más gordo que el día anterior, el insulto continuo y las mentiras interesadas demuestran su búsqueda desesperada del espacio electoral. La corrupción le ha pasado una factura enorme al PP, no en penas de cárcel (ya hemos visto la diferente vara de medir de los tribunales españoles) pero sí en su división interna y línea ideológica del partido, debilitándolo en gran medida.

Sin embargo, al oírle sus burradas diarias parece que se le ha olvidado que fue precisamente la corrupción institucionalizada por el PP la que llevó a la moción que puso de acuerdo al resto de los partidos a excepción de C’s, UPN y Foro ciudadano. Que el PP se había beneficiado de la existencia de una estructura de financiación ilegal no lo dictaminó ni un tribunal catalán ni uno vasco, fue la Audiencia Nacional española, que tanto les gusta para endurecer y complicar la vida a la ciudadanía.

Desgastado, se ha escorado hacia las posiciones ultras, perdiendo por el lado de la derecha civilizada por lo que necesita pescar en el mismo caladero que sus aliados de Andalucía; lo que probablemente le socavará aún más. Sin quitarle ni media responsabilidad por dar fuerza a la ultraderecha, con consecuencias hoy imprevisibles. Igualmente, C’s y Vox quieren protagonismo en el despropósito de ver quién suelta la mayor boutade posible.

Provocar calculadamente el odio para conseguir votos es miserable. Sus propuestas carecen de valores constructivos de cohesión social. Son quitar y quitar derechos; con especial obsesión contra los derechos de las mujeres: niegan la violencia de género y pretenden un recorte total de lo conseguido. Nos quieren sumisas, objetos y calladas (solo les falta decir claramente aquello de “con la pata quebrada y en casa” o “la maté porque era mía”).

Toda la parafernalia que han montado se adorna con toreros, tertulianas elevadas a divinas de la muerte con mucha historia inventada y farándula de esa que tanto gusta en España. Se les da bien participar en saraos y pantomimas insultantes como presentarse en Altsasu a provocar. Aquí sabemos que les salió mal, que no consiguieron la agresión que deseaban, para elevarse al martirologio español. Esa es su táctica. Lo cierto es que resulta agotador tener que soportar a esa gente.

La campaña comienza la semana que viene. En Euskadi nunca lo tenemos fácil, tampoco ahora. Por eso resulta fundamental tener la máxima representación en Madrid para presionar lo que se pueda. Tal como dijo Aitor Esteban, lo importante es que se movilice la ciudadanía vasca.