NO es solo la sentencia del procés o la de Altsasu. Hay mil y una injusticias cotidianas que hacen imposible creer que vivimos en algo parecido a un estado de derecho. Una de las más lacerantes es la que le ha ocurrido a Vitori, una mujer de 94 años de Portugalete. O para ser exactos, del orgulloso Grupo El Progreso, una zona de modestas viviendas construidas en los años 20 del siglo pasado para acoger, fundamentalmente, a los trabajadores de las industrias del hierro de los alrededores. En una de esas casas baratas ha vivido Vitori desde 1931.

Y lo escribo en pretérito, porque el pasado domingo, a la vuelta de unos días con unos familiares, la mujer se encontró con que su humilde morada había sido ocupada por unas personas que no se mostraron precisamente amistosas cuando trató de ponerles al corriente de que aquel era su domicilio. Le dieron con su propia puerta en las narices. Pero lo más terrible vino cuando al ir a poner la denuncia pertinente, le informaron de que, en el mejor de los casos, tardaría más de un mes en volver al techo que la ha acogido desde que era una mocosa de seis años. En el juicio que se celebrará el 20 de noviembre será ella quien tenga que demostrar que es la propietaria. Como lo leen. Tecleo estas líneas aún con la emoción inmensa de haber asistido a la impresionante concentración que ha tenido lugar ante la casa robada. Hacía tiempo que no se producía en Portu una movilización tan numerosa y tan variopinta en cuanto a sus participantes. Solo faltaban, qué raro, los habituales de primera línea de pancarta en otras ocasiones. Por lo visto, esta vez la protesta no era de buen tono.