Pedro Sánchez pisa moqueta minada. La agónica búsqueda de una cuadratura del círculo para su tormentosa investidura le arrastra a las contradicciones. Tampoco son jirones que le preocupen demasiado porque está acostumbrado. En este nuevo capítulo ocurre que la innegable dependencia de la voluntad de ERC le ha obligado a abrir la ronda de negociaciones con Torra, Vox y EH Bildu para espasmo de las hemerotecas. La oposición sigue atónita porque no sabe hasta dónde pueden llegar las cesiones del candidato socialista para conseguir su objetivo que es permanecer en el poder. Mientras llega el desenlace, que se hará esperar hasta digerir estratégicamente en Catalunya la resolución judicial de Europa sobre la inmunidad de Oriol Junqueras y el rebote favorable a Puigdemont, las hostilidades contra el imaginario gobierno de progreso no cesan. El clima de animadversión política, mediática e internauta que se está creando en base a la fotografía de la sumisión a ERC solo augura conatos ininterrumpidos de inestabilidad y de imposible gobernanza parlamentaria.

En Madrid, todas las miradas se dirigen al clásico del Camp Nou, paradójicamente aplazado para horas antes de conocerse la esperada sentencia del TJUE. Los topicazos futbolísticos apenas cuentan esta vez en un partido asociado al morbo deportivo. Ahora solo preocupa, y mucho, el decorado ambiental en torno a un estadio que puede complicar la negociación de un gobierno. Una hipotética victoria del Tsunami Democràtic sobre el contundente despliegue policial y la consiguiente repercusión mundial de tal afrenta incendiaría la mesa entre socialistas y republicanos independentistas. El miedo escénico alcanza tal magnitud que todos los esfuerzos son pocos para templar gaitas. Por eso no pasa desapercibida la generosa conclusión de la Fiscalía de no advertir tanta conjura del mal en las acciones violentas de los CDR.

La cuestión territorial, léase el conflicto catalán, es un auténtico problema de Estado que tiene ya los dos pies en la calle. Ha bastado la primera huelga de transporte contra los dos nuevos gobiernos del PP en Madrid para que los afectados agolpados en los servicios mínimos no tengan reparos en acusar a los conductores de antiespañoles y reclamar la autoridad implacable de Vox. No es la radiografía sociológica, pero tampoco una excepción. La penetrante imagen de entreguismo a un partido independentista que desprecia al rey solivianta cada día más a una mayoría que tiene peso y voz. Nunca imaginó la ultraderecha española que dispondría de un terreno tan abonado para seguir acomodando su discurso ante la realidad. Tampoco soñó con el regalo de compartir la televisiva escena de sofá, aunque sea en el Congreso, con un candidato socialista a presidente y luego contarlo a su manera. Eso sí, Abascal debería agradecérselo en segunda derivada a Gabriel Rufián. Sánchez les recibirá después de hacer un hueco a EH Bildu por exigencias de sus compañeros soberanistas y de tragarse aquellas palabras de que nunca se sentaría con quienes “todavía no han condenado el terrorismo”. La investidura bien lo vale.

En este nuevo juego del Tetris, se ha incorporado la pieza de los presidentes autonómicos para ir completando el puzzle que pretende Iván Redondo. Simplemente se trata de idear una disimulada tapadera para evitar el sonrojo que supone rebajarse a recibir a Quim Torra sin que nadie haya escuchado todavía la más mínima crítica del atribulado presidente de la Generalitat sobre las incendiarias revoluciones callejeras. Aquella condición insoslayable para no descolgar el teléfono es agua pasada que no mueve molino. Un guion improvisado a la medida de ERC que puede abrir, de paso, otro melón de la discordia. ¿Qué respuesta dará Sánchez a las peticiones del lehendakari Urkullu? ¿Y cuando Page y Lambán le digan que no les gustan los compañeros de viaje elegidos?

Ante tanto trajín negociador, a Unidas Podemos se le está haciendo largo el partido. Mucho más ahora que tiene dinamita debajo de muchas sillas de su dirección. El fuego amigo también llega a la coalición de izquierdas, precisamente cuando acaricia el poder que tanto anheló desde el idealismo del 15-M. Las denuncias de dinero negro, de contabilidades arbitrarias y de facturas desmedidas se agolpan mientras Pablo Iglesias trata de buscar un hueco en sus futuros ministerios para la cuota de Alberto Garzón y los Comuns. Otro lío.