hAY partido y días. Pero también incertidumbre y miedo al fracaso. Así se bifurca el camino de minas hacia la investidura, o no, de Pedro Sánchez. Un tiempo de aliento contenido, jalonado por el vértigo de un acuerdo, difícil pero factible, que hasta ayer parecía anatema y que ahora asoma perentorio sobre todo por la presión ambiental. Sin metabolizarse todavía la credibilidad del súbito arrebato por un pacto de izquierdas, el candidato socialista busca ahora el doble salto mortal de una mesa de negociación con el soberanismo republicano en pleno desafío constitucional de las instituciones catalanistas. La osadía propia de un líder acostumbrado al riesgo extremo y a adaptar sus principios sin rubor cada vez que aspira al poder. Mientras, en el patio de butacas de la función, un país incrédulo después de tan insustancial desgaste electoral. También inquieto por el imprevisible alcance de el insufrible enfrentamiento dialéctico que alienta la irrupción de una ultraderecha retadora hasta límites preocupantes para la serenidad. Hay demasiado encono para cosa buena.

Entre PSOE y ERC nadie quiere romper la cuerda de apurar el entendimiento. Les asisten, de entrada, estrategias bien distintas, pero comparten siquiera un objetivo: evitar a la derecha, que llegaría a buen seguro en otra repetición de las urnas. Son conscientes de que en su intrépido intento aparecen cercados por demasiados enemigos y agoreros. Cada mañana leen un nuevo manifiesto clamando por la temeridad que supondría entregar el gobierno de un país al independentismo. Cada tarde escuchan las advertencias del clan de Waterloo sobre la legitimidad de un diálogo sin ellos. Cada día los empresarios claman por la abstención del PP para aislar a populistas y secesionistas, precisamente cuando los brotes de la desaceleración se cuelan irremediablemente en sectores productivos y alejan a los inversores. En medio de tanta previsión apocalíptica sobre negociaciones tan tenebrosas, el Ibex suma su tercer mes consecutivo instalado en las ganancias como si estuviera ausente.

El juego de palabras transmite sensaciones. Cuando el ministro Ábalos recupera del baúl el concepto de conflicto político por ahí envía un guiño. Cuando Rufián aplaza el debate de la amnistía al arranque del nuevo gobierno, la investidura parece acercarse. Cuando la vicepresidenta Calvo marca la línea roja sobre la autodeterminación está calmando los ánimos de la vieja guardia de su partido. Cuando Pere Aragonès proclama que solo valdrá un encuentro de igual a igual los suyos, y los de JxCat, deben entender que no se van a vender por un plato de lentejas en Madrid. Un tanteo lógico para seguir hablando sin que se rompan los puentes antes de cruzarlos.

Es muy fácil escuchar argumentos estructurados sobre la inviabilidad del acuerdo con ERC. Las razones se disparan desde ángulos muy diferentes, incluidos socialistas y soberanistas. Posiblemente porque los dos partidos desconfían entre sí, aunque lo disfrazan por la necesidad que les une. El PSOE cree que los republicanos les pueden abandonar muy pronto -ya lo hicieron en los últimos Presupuestos- dejándoles abierta la herida de su falta de arrojo político. En el conglomerado catalanista, por contra, no saben a qué carta quedarse entre el Sánchez del 155 digital y la mano dura o quien avaló la declaración de Pedralbes, y de ahí que quieran aprovecharse de la debilidad del derrotado. Mucho más claro se ve en el resto del unionismo y las patronales, deseosas del fracaso de esta operación: “es una temeridad”, repiten sin cansarse.

Tras la pifia del cálculo de Iván Redondo con el 10-N, Sánchez está obligado a la cuadratura del círculo, a sabiendas, con dos partidos de quien nunca se ha fiado. Lo hace en silencio quizá porque le resulta difícil encontrar una justificación ideológica y personal a esta pirueta más allá de aludir a la resistencia ante el enemigo que acecha. Un mutismo similar al de Pablo Casado, agazapado como si esperara la caída del rival por desistimiento mientras no deja de impacientarse en la silla cada vez que tose Vox y el caso es que lo hacen con mucha frecuencia y sin miramientos. Con la boca pequeña, el PP aún confía en que el candidato socialista les acabe pidiendo árnica porque se le atragantan 22 ministerios con Pablo Iglesias y el yugo de ERC. Abonado al riesgo.