Pablo Casado se ha estrellado contra la pared, pero en el día de su calamitosa resaca electoral está contento. La Junta Electoral Central le ha concedido el premio de consolación al prohibir la participación de Carles Puigdemont en las Europeas de mayo. Nada como señalar el dedo para mirar la luna como táctica escapista. Sin embargo, la procesión va por dentro en Génova. Les aterra el futuro. Hasta ahora, la ingenua dirección popular sentía el escalofrío de Vox por el flanco más ultramontano; ahora les acongoja también el mordisco de Ciudadanos en la veta racional del votante de centroderecha que han abandonado puerilmente para abrazar el aznarismo. Los líderes territoriales del partido no saben dónde meterse ni a quién pedir explicaciones para cobijarse ante el tsunami que se avecina el 26-M. Ya saben que Casado y, sobre todo, García Egea no les sirven para salir del apuro. Maroto está de luto todavía.

En Madrid ya se ha descartado al PP al hablar de poder. Solo hay ojos para escrutar cada movimiento de Pedro Sánchez y Albert Rivera, además de sus silencios. Ahora mismo todo se reduce a fuegos de artificio a modo de especulaciones y rumores interesados. Únicamente el presidente y su guardia pretoriana -Redondo, Calvo, Ábalos y Cerdán por este orden- saben qué va a pasar. El resto habla de oídas sobre cuál será la carta elegida para gobernar en solitario, que es el fin último de la comprensible borrachera de éxito que les embarga. Ni siquiera los cánticos sonoros de “con Rivera no” del domingo triunfal, en Ferraz, ablandan al presidente aclamado, para desesperación de Pablo Iglesias. El recuperado líder podemita, al igual que miles y miles de personas sobre todo muchas de corbata y bonus vitalicio, siguen temiendo que Pedro Sánchez se la acabe liando. Es la ventaja de poder jugar con dos barajas.

Que nadie espere un guiño indicativo sobre la última voluntad de Sánchez antes de las próximas elecciones. Para entonces, al igual que se ha apresurado a hacer un gran banco a las primeras de cambio, ya se habrá creado la atmósfera mediática suficiente en favor de la necesaria estabilidad, del final de los populismos y del ibuprofeno continuado en Catalunya. Ciudadanos lo sabe, lo teme y se quiere hacer el fuerte antes de que apriete la soga de la presión económica y europea. Rivera defiende que ha visto hueco en la debacle del PP para crecer con menos histerismo y así apuntalarse como oposición de facto, sobre todo si las autonómicas le sonríen. Todo le hará falta si, de verdad, quiere resistir.