LA repercusión del gol de Wu Lei en China fue tan grandiosa que la etiqueta #GoldeWuLei fue vista más de 300 millones de veces en Sina Weibo, la red social china equivalente a Twitter, aunque en un país con una población de casi 1.400 millones de habitantes no sé si la repercusión mediática es mucha o se queda corta. Lo asombroso del asunto es que el hombre marcó el gol más importante de su vida y se quedó como pasmado. En un tiempo en el que los futbolistas ensayan frente al espejo ocurrencias de celebración mayormente horteras y han perdido la gracia de la espontaneidad Wu Lei reaccionó impertérrito mientras el RCDE Stadium se incendiaba con el magno acontecimiento.

Ese grado de acontecimiento se alcanza después de sumar la poquedad del ser espanyolista, último clasificado y con avaricia, con los cálculos que grosso modo se hicieron en la ciudad sobre el saco de goles que les iba a meter el Barça y los malos augurios que siempre acompañan al perico en las vísperas del derbi barcelonés.

Sobre el minuto 88 y asumida la sempiterna condición de derrotado surgió el delantero chino, de habitual intranscendente, para lograr un empate que le convierte en celebridad en su país amén de otorgarle estatus de héroe local, y en vez de chillar como un poseso aguanta imperturbable el zarandeo de sus compas. Debe ser un asunto cultural, supongo. Pasado un buen rato, Wu Lei esbozó una sonrisa.

Dadas las circunstancias, el 2-2 del RCDE Stadium no deja de ser un mísero punto, alpiste para pericos, que no saca de pobre al Espanyol, y sin embargo es un resultado que adquiere dimensión metafísica: millones de chinos jalean a un ídolo capaz de mancillar al prepotente Barça de Leo Messi; Abelardo Fernández, el tercer entrenador del curso, se estrena con estrella, un rayo de esperanza asoma por lontananza, por una vez y sin que sirva de precedente el hincha blanquiazul se puede pavonear ante los culés y Gabriel Rufián pudo cerrar brindando con cava uno de sus días más redondos de su vida.

Lo que son las cosas. El diputado y portavoz de Esquerra Republicana en el Congreso tuvo la potestad de explayarse en el debate de investidura relamiéndose de gusto, consciente de tener la llave del nuevo Gobierno estatal y la lengua ácida para desquiciar a la derechona, y de remate va y empata su equipo. Porque, por muy independentista y de izquierdas que sea, el equipo de Rufián no es el Barça, sino el Espanyol, antaño estandarte de la burguesía catalana y hoy refugio de charnegos como él. Rufián, de padres andaluces, lleva con donaire su condición perica y, por extensión, un madridismo solapado, o sea, que uno puede cambiar de religión o mutar la ideología, pero nunca de equipo.

Pero ni el Espanyol cuando anotó el primer gol de la noche y se puso por delante del Barça ante la sorpresa general se dedicó a la patada y tentetieso al balón hasta llevarlo lo más lejos de su portería. Y mucho me temo que el único en Primera Divisdión que tiene esa licencia para maltratar es el Athletic.

Hay que admitir que el punto arrancado del Bernabéu con aquella traza y esos modos (el viejo aserto de que el fin justifica los medios) otorgó crédito a Gaizka Garitano y sus muchachos, que volvieron a repetir el mismo sistema e idéntica destemplanza en Sevilla bajo la excusa de lidiar en otra dura plaza. El desprecio del técnico por la creación fue tan palmaria que asusta: presión, todos a defender y a ver si agarra Iñaki Williams alguna, o si suena la flauta por casualidad con Kenan Kodro o quizá con otro, como felizmente ocurrió con Ander Capa.

La apuesta del técnico en Sevilla fue incluso contraproducente porque desnudó al Athletic y a la postre hizo crecer al rival, a quien le faltó fortuna (otra vez el factor suerte) para llevarse la victoria. Por eso conviene alertar contra los excesos y combatir espurias coartadas. Pero Gaizka es listo y sabe de sobra que en el próximo partido liguero, en San Mamés ante el Celta, su historia será muy diferente.