EN el Mundial de Italia’90 TVE decidió llevar entre su equipo de comentaristas a don Alfredo Di Estéfano y también al inglés Michael Robinson, recién colgadas las botas tras su paso por Osasuna, con 30 años y a causa de una lesión, y desde luego que aquella decisión fue todo un acierto. En contraste con el academicismo y pulcritud narrativa imperante, tipo José Ángel de la Casa, salvo aquel día que se le escapó un gallo por la garganta (¡Señor...! ¡gol de Señor..!) para convertirse en la banda sonora del 12-1 a Malta, ambos dos sorprendieron al personal con su audacia expresiva. Di Estéfano seducía por su espontaneidad. Lo mismo soltaba un estridente ¡ufa...! para remarcar un error o recurría al costumbrismo más castizo, “¡en dónde se dejó la sotana!”, como fórmula muy didáctica de ilustrar la habilidad del futbolista para colar el balón entre las piernas de un rival. Sin tantos recursos idiomáticos, Michael Robinson jugaba (y juega) con su acento, que imprimía exotismo a sus apreciaciones, tan jacarandosas como las de su ilustre compañero. Si no recuerdo mal, Robinson no comentó los partidos de la selección española, pero desde luego desplegó sus conocimientos y maneras con los dos equipos británicos que compitieron en Italia’90, Inglaterra e Irlanda. Fue precisamente en un partido de esta selección, no recuerdo bien si de la fase de grupos, en la que coincidieron, o en octavos de final frente a Rumanía, que acabó con empate a cero y los irish clasificados para cuartos en los penaltis, cuando Robinson describió así el bodrio que habían perpetrado: Y el balón acabó en la sala de urgencias del hospital más cercano.

La ocurrente metáfora de Michael me vino a la cabeza de inmediato, según transcurría el Athletic-Eibar y la pelota era pateada con saña por los contendientes de uno y otro equipo. A veces los futbolistas utilizaban la cabeza, entiéndase en su literalidad absoluta, y no para pensar, de tal forma que se pudieron computar dos fases de hasta ocho y doce toques de balón a testarazo limpio repartidos con anarquía sorprendente, prueba evidente de la deriva que tomó el asunto.

Convertido el balón en un artilugio volador, tampoco resultó extraño que chocaran las cabezas, así que además de la pelota algún que otro jugador igualmente terminó en el hospital, en concreto el central balear Pedro Bigas y su recambio, el argentino Esteban Burgos, sin duda el héroe del partido muy a su pesar. Bigas y Burgos tuvieron la mala suerte de coincidir en la refriega con Raúl García, el gladiador por antonomasia del Athletic (y fino estilista) y hombre duro de mollera.

Con el primer encontronazo, a la media hora, el defensa argentino, que hacía su debut con el Eibar y en Primera División, sufrió una fractura en el pómulo derecho. No hubo forma. Le pusieron una tirita sobre la herida como si tal cosa y ahí aguantó, como un jabato. Luego, en otro lance con Raúl, acabó chorreando sangre por la nariz y ni por esas lo dejó el tío. Así que Esteban Burgos permaneció en batalla cuan eccehomo y su lastimosa estampa ejemplificó la traza del áspero encuentro y la resistencia del Eibar, que con medio equipo titular fuera de combate supo aguantar el tipo en San Mamés, secar las ideas a los chicos de Gaizka Garitano y arrancar un punto de oro a pico y pala. “No nos han dejado jugar”, se quejó luego el técnico del Athletic, y ahí esta precisamente la gracia de este invento. José Luis Mendilibar, en cambio, ni un reproche. Obviamente, tampoco dijo nada del VAR, tan amable con el Eibar.

Al partido sin embargo tuvo emotividad. Lo bien que cae el contrincante rebajó un poco la frustración de la hinchada. Además estaba Jon Rahm en el palco.

Italia’90 fue tan soporífero que alarmó tanto a la FIFA que de cara al siguiente Mundial, en Estados Unidos, el goloso mercado aún por conquistar, modificó varias normas para hacer el juego más atractivo. Allá brilló Hristo Stoichkov, que aquel año conquistó el Balón de Oro. Tres años antes hizo estragos en San Mamés protagonizando el 0-6, la mayor goleada al Athletic en su estadio. Y ayer estaba tan modosito aquel poderoso delantero búlgaro, junto a Ilbon Urizar Azpitarte, conformando un cuadro memorable en un día proclive a las alegorías, con el balón camino del hospital.