HAY que acostumbrarse cuanto antes a los nuevos tiempos. Por ejemplo, los partidos del Athletic a la hora de comer. Lo ideal sería optar por una espantada generalizada a modo de protesta. Ya saben que al gestor del cotarro, Javier Tebas, le aterra que los estadios puedan estar semivacíos porque mata el negocio, en China y Singapur. A los de aquí, que les den. La alternativa es el bocata de toda la vida y ahí te quedas familia, que me voy a San Mamés. Acudieron 37.974 incondicionales, ya fuera el Granada el rival, absolutamente embebidos con los muchachos, contra viento, marea y horario canalla, y encima mereció la pena.

Los nuevos tiempos aconsejan también templanza y sagacidad. Pongamos un ejemplo palmario: Domingos de Sousa Coutinho Menezes Duarte, natural de Cascais e internacional con Portugal por lo requetebién que lo está haciendo en el equipo nazarí. El hombre notó un toquecito en la espalda mientras vigilaba un balón aéreo que atrapó con seguridad su paisano, el portero Rui Silva. Se dio la vuelta y ante la presencia desafiante del camorrista más contumaz de la división sintió una irrefrenable necesidad de marcar territorio. Bastó un empujoncito de nada y el machote navarro se derrumbó como azotado por un huracán. Penalti. ¡Penalti, válgame el cielo...!, si apenas le he tocado árbitro, ¡por favor!

Domingos Duarte gesticulaba, sus compañeros se llevaron las manos a la cabeza y San Mamés jaleó con gozo la argucia del futbolista. Raúl García erró el lanzamiento del penalti o, mejor dicho, lo detuvo Rui Silva. Pero resulta que el guardameta luso también quiso hacérselas de pillo, el VAR le echó un buen ojo, comprobó que los pies no estaban sujetos a regla, se lo chivó al colegiado, el árbitro lo mandó repetir y aquel delicado junco azorado por el viento marcó un golazo como una catedral.

Hay que tener cuidado con los nuevos tiempos, porque la sofisticación tecnológica no conduce necesariamente a la justicia: el VAR no entra en analizar si es un empujoncillo de monja o empujón digno de pitar un penalti, interpretación que deja al albur del trencilla. Pero sí entra en cambio en auscultar si el portero de marras tenía al menos un pie clavado en la raya de gol, y Silva no le tenía.

La sutileza, detalles como estos marcaron el rumbo de un partido bronco e intenso, que de eso hubo mucho en San Mamés, y sin embargo el fútbol mostró además su lado más fascinante: lo imprevisto, el azar, la suerte, el destino. Raúl García se fue al banquillo con un cabreo del siete, no por el cambio, sino probablemente por la tarjeta amarilla cobrada que le impedirá disputar el próximo partido, frente al Betis (a las dos de la tarde, naturalmente). Así aplaca su espíritu competitivo, esa cualidad que tanto cautiva a la hinchada. Garitano lo cambió por San José rompiendo con la costumbre, y la costumbre dice que el jugador que salía en esas alturas de partido y más con un marcador ajustado es Unai López. Justo dos minutos después un fantástico pase del menudo centrocampista se fundió con la carrera de Yuri Berchiche, y de ahí surgió el segundo gol. Es la confianza, que tarde o temprano encuentra su contrapartida.

Diez minutos antes había sido Iñigo Córdoba el sustituido, recibiendo el aplauso de una afición que hace no mucho le había silbado.

Resulta que Gaizka Garitano se va saliendo con la suya al amparo de los buenos resultados, apostando claramente por Sancet, aún bisoño pero con poderío y una clase evidente, o todo aquel que tome la oportunidad al vuelo. Y la afición está encantada de conocerle.

Fue un partido trepidante desde su inicio. Pero, ¿qué hubiera pasado si el temprano error Unai Simón termina en gol del Granada? El portero la enmendó de tal forma que de la necesidad hizo virtud, reaccionó por intuición, tocó la pelota con los dedos, esta rebotó en la rodilla de Yangel Herrera y asombrosamente evitó la portería rojiblanca.

Por culpa de Unai Simón el Athletic ya es en solitario el equipo menos goleado, dejando atrás al Atlético, tanto en números, con más goles a favor y menos en contra,como en la clasificación después de sufrir la tiranía del superlativo Leo Messi, quien hoy recibirá su sexto Balón de Oro.