FINALMENTE, Argentina jugó ante Ecuador y en el Martínez Valero de Elche, con una capacidad para 33.732 espectadores, aunque al partido, desangelado por la ausencia de Messi y otras figuras de la Albiceleste, asistieron tan solo 8.900 personas, mayormente ecuatorianos, que aprovecharon la coyuntura para denunciar los desmanes del sátrapa Lenín Moreno. En el estadio una pancarta sobresalía de entre las demás por su amargo mensaje. Se leía: “como pueden jugar al fútbol” con todo lo que está pasando en el país; con la atroz represión de la protesta indígena, los muertos, el toque de queda sobre Quito.

Los futbolistas no solo disputaron el encuentro, sino que absortos (los futbolistas siempre suelen estar absortos) contraatacaron al dictado del sátrapa con una ácida leyenda, tan naif que resulta ofensiva: “Ecuador#PaísDePaz” “sí se puede”.

Aunque no hubo fiesta en San Mamés ante un acreditado rival (¡al fin un acreditado rival!) para exigiendo la oficialidad de la selección de Euskadi, el afán argentino de ofrecerse al mejor postor también acabó impregnado de valor social, y siniestro. “Gobierno de Lenín, fuera”... “Dónde están los derechos humanos”... “Gracias hermanos por la lucha...” clamaron los ecuatorianos en el Martínez Valero.

¿Y por qué un Argentina-Ecuador se va a una plaza de segunda, por decirlo así, cuando pudieron disponer de los fastos de San Mamés y estaba previsto el Wanda Metropolitano como escenario? O por qué un Chile-Colombia se jugó el sábado en el Rico Pérez de Alicante y lo volverá a hacer mañana ante Guinea, con entrada casi gratis por falta de otro contrincante de más abolengo, no sin antes ofrecerse a la Federación Vasca por ver si pica (es decir, jugar un martes, con horario amoldado al hincha de Antofagasta, a media tarde, y encima pagando por el favor).

Sobre toda esta procelosa casuística orbita Christian Bragarnik, empresario con mando en el fútbol argentino, gran poder en el de Suramérica y fama de poco escrúpulo. También es el hombre con caridad hacia Maradona, pues le colocó en el Gimnástica y Esgrima y antes en los Dorados de Sinaloa, plaza donde maneja otro tipo de asuntillos. Estos días, Bragarnik, oh casualidad, ultima su entrada en el accionariado del Elche. De ahí que la albiceleste terminara jugando en esta ciudad alicantina y de ahí que Guillermo Tofoni, muy, pero que muy colega de Bragarnik, pillara esa famosa “pataleta” que dejó a Luis María Elustondo compuesto y sin novia, es decir, sin que la contratación de la selección argentina, anunciada a bombo, platillo y precipitación, quedase sin efecto.

Así que la Federación Vasca ha corrido un tupido velo sobre el tema internacional hasta que tenga atado y bien atado a un contrincante de fuste que provoque interés entre una parroquia que lamentablemente se va quedando sin feligresía.

Hay mucho dinero revoloteando alrededor del fútbol y bastante gente atenta al negocio sin reparos hacia el factor sentimental. El problema salta cuando alguien de este mundillo va por la vida de tío guay, alardea de principios, se jacta de moderno, se convierte en el paladín de la lucha por los derechos de las futbolistas y a la vez negocia con Arabia Saudí, donde campa a sus anchas la justicia, la disputa de la Supercopa de España allá por enero. El pasado viernes, Amnistía Internacional hizo llegar una carta a Luis Rubiales, presidente de la Federación Española de Fútbol, recordándole el “historial de vulneraciones de derechos humanos” que acumula el país árabe y que incluyen “el uso extendido de la pena de muerte o de la tortura”, así como “la discriminación que sufren las mujeres o las restricciones de la libertad de expresión”. Claro que Rubiales, lo admite, lo único que quiere es atrapar la mejor oferta posible para, ¡cuidado!, destinar el dinero al fútbol base. Es decir, que tiene un fin y ahora debe justificar sus medios para alcanzarlos. Dice que tiene otras ofertas, una potente de Catar, ese omnipresente, seductor y riquísimo emirato que quita el oremus a gente que parecía sensata, como Xavi Hernández: «Catar no es una democracia, pero funciona mejor que España», dijo. “En Catar la gente es feliz”, añadió sin cortarse un pelo. ¿Por dónde saldrá Rubiales?