HAN pasado a mejor vida aquellos guiñoles de Canal + Francia que caricaturizaban con evidente mala leche los triunfos de Rafa Nadal. Sobre todo se pasaron de frenada en 2012, cuando el tenista manacorí tenía ante sí el desafío de superar los seis títulos del sueco Bjorn Borg, el gran mito de Roland Garros. Le dieron caña de verdad, aunque en eso ayudó probablemente el positivo de Alberto Contador en el Tour o un artículo del extenista Jannick Noah insinuando que los productos dopantes habían modelado el portentoso físico de Nadal. Claro que en el trasfondo de la inquina también se podría añadir una pizca de frustración, teniendo en cuenta que en el Tour las victorias galas brillan por su ausencia y el último francés que conquistó la Copa de los Mosqueteros, su Santo Grial, fue precisamente Noah... en 1983.

Al muñegote de la parodia le pusieron trazas de Rambo, colocándole una jeringuilla del calibre de un bazoka entre las manos.

Cuatro años después, en un programa televisivo, la acusación subió de tono. Ya no era cuestión de la pretendida sátira a través unos guiñoles desabridos o la opinión de una vieja (y efímera) gloria del tenis francés. Se trataba de Roselyne Bachelot, ministra de Salud y Deportes entre 2007 y 2010 con el Gobierno de Sarkozy. “Sabemos que la famosa lesión de Rafa Nadal, que le tuvo siete meses fuera de la competición (entre 2012 y 2013), es ciertamente debido a un control positivo”, expresó Bachelot sin aportar ningún tipo de prueba.

Al año siguiente de soltar la perla la exministra fue condenada por difamación, meses después los Guiñoles se extinguieron, Nadal ha llegado a doblar lo que parecían inalcanzables registros de Borg, el público de Roland Garros asiste al evento con cristiana resignación, las élites se derriten de gusto, la clase política compite a ver quien la dice más gorda y el ministro de Cultura y Deporte José Guirao se pone solemne hasta dar grima: “Nadal es el compendio del deportista y del ciudadano perfecto”...

... y ¡oh, cielos!, ¡es él...!

Y efectivamente, ahí estaba como otra realidad inmutable de Roland Garros: Juan Carlos I, el rey Vividor ejerciendo de eso mismo. Es uno de los grandes enigmas de nuestro tiempo: si el soberano emérito anunció que a partir del 2 de junio se retiraba de la vida pública, ¿qué diantres hacía en el palco de honor de la Philippe Chatrier como un gerifalte de tronío? ¿Tiene abono vitalicio por su condición de Borbón? ¿Acaso estaba en calidad de padre vigilante, pues a su vera sentaba sus reales posaderas la infanta Elena, que sigue en activo dedicándose a... (¿...?)

Nadal agrandó su leyenda. Sobreponiéndose a las lesiones. Dejando de un palmo de narices a los agoreros. Como es costumbre, Rafa se rebozó con el polvo de ladrillo de Roland Garros, ese ritual atávico que le funde con las estrellas.

Estamos en la época perfecta para que puedan lucir como se merecen acontecimientos como el gran torneo parisino o el Mundial de fútbol femenino, también en suelo francés.

El foco mediático se ha puesto sobre ellas como nunca, de tal forma que la victoria de la selección española sobre Sudáfrica ha otorgado un grado de reconocimiento a la jovencísima Lucía García, por ejemplo, impensable hace un puñado de días. A su lado, y eso es portentoso, palidece la selección masculina.

¿Qué interés puede tener la disputa de un partido contra un grupo de aficionados, y es el caso de los jugadores de Islas Feroe? Ayer, tanto Sergio Ramos como Robert Moreno, seleccionador circunstancial, pidieron a los aficionados que acudan hoy al Bernabéu, donde España se mide a Suecia. Al parecer, cunde el temor a la deserción. Se sabe del poco entusiasmo que la selección española levanta en plazas fuertes como Madrid. Probablemente provoca más interés el enigma Luis Enrique y su “grave problema familiar” del que nada ha transcendido, levantando una nebulosa perturbadora que se mueve entre el morbo, la curiosidad y la empatía. Desde luego se trata de una situación absolutamente excepcional e insostenible si no fuera porque esta fase de clasificación para la Eurocopa se puede dirigir a distancia, dado el perfil de los contendientes.