TENIENDO en cuenta las circunstancias, los 37.732 espectadores que decidieron acudir a San Mamés en hora tan poco cristiana al menos pasaron un buen rato. Un partido programado a las 14.00 horas suena a sacrilegio, pues hace añicos esa costumbre de comer en familia y adyacentes, o sea, el vermú de antes, el café de después, o la siesta, o cualquier sugerencia en Día del Señor y Domingo de Ramos, para más inri. Poner un partido a las dos no hay ni por dónde hincarle el diente. Rompe los moldes culturales, cuestiona nuestra civilización, y todo por un puñado de euros. Así pierda Javier Tebas todas sus trifulcas con Luis Rubiales, y que Santiago Abascal le expulse del partido, por avinagrar tan recia tradición. Sin embargo 37.732 almas se rindieron ante la evidencia. San Mamés es La Catedral, y si toca misa de dos, pues se va a misa de dos.

La feligresía sacó las viandas en el entreacto y bocadillo en ristre recobró el sosiego. Enfrente estaba el Rayo, confrontando sus urgencias clasificatorias con el Athletic, quien a su vez estaba obligado a reverdecer el sueño europeo tras el desatino de Getafe. Las circunstancias propiciaron un partido divertido, si dejamos al margen análisis más precisos, al cual contribuyó sin duda el picante que está dando el VAR al fútbol para disgusto de los tradicionalistas, que son legión. Pero, al igual que con la misa de dos, no queda otra que tragar y cambiar el concepto: es la modernidad. Hasta en tres ocasiones puso misterio el VAR, concediendo un penalti sobre Raúl García por la vía del pinganillo y con un minuto de demora. Lo falló el bravo jugador navarro, y lo que tenía pinta de goleada se tornó en sorprendente empate. El valenciano Martínez Munuera pitó el descanso, el personal desenfundó del papel aluminio el bocadillo y se puso a reflexionar: ¿Serán capaces de pifiarla también con el Rayo? ¿Y cómo he podido hacerles esto, anteponer el Athletic a la mesa familiar y un buen vino?

Como saben, la segunda parte del partido salió trepidante, con el trencilla del videoarbitraje chivándole a Munuera que no hubo penalti sobre Williams, sino piscinazo, y hurtándole después un gol al Rayo por fuera de juego para desolación de la hinchada vallecana; o dejándoles con diez tras la expulsión del peruano Advíncula.

Se podría decir que el Athletic tuvo suerte, y lo contrario, que mereció un resultado más lustroso. Garitano puso como titulares a Muniain y Williams, que no lo fueron en Getafe, y ¡albricias! se acordó de Unai López, a quien se le negó la cesión al Rayo en el mercado invernal considerando que se podía beneficiar a un rival directo en la lucha contra el descenso. Qué tiempos aquellos.

Williams anotó dos goles, de carambola, pero igual de efectivos, y resulta que alcanza su mejor marca goleadora en una temporada, con 14 tantos. Resulta que Asier Villalibre, en el filial, también marcó por partida doble, ante el Barakaldo (4-1), y con 22 dianas en 33 partidos es el máximo goleador de los cuatro grupos de Segunda B. Lo más que tenía registrado el Búfalo de Gernika eran 20, en la campaña 2014-15 con el Basconia, en Tercera División. Con esta buena pinta y 21 años, constatada su progresión, resulta que la directiva rojiblanca aún no le ha renovado (¿...?). Quizá sea por la confianza depositada en Kenan Kodro o, quién sabe, a lo mejor se baraja la posibilidad de recuperar para la causa al marchito Fernando Llorente, que de eso igualmente se ha hablado.

El Athletic ganó al Rayo, asciende a la séptima plaza, desbancando al Alavés, se convierte así en el equipo vasco mejor clasificado, algo inédito en toda la temporada, y por vez primera alcanza un puesto UEFA. Recuerdan el dato en Tiempo de Juego, en la Cope, durante el derbi guipuzcoano que trae a maltraer a la afición txuri-urdin. A Mauri Idiakez, que diserta sobre la Real, le sale del alma: “les hemos ganado (al Athletic) los dos derbis y estamos por debajo, ¡es para quemarlo todo!”. Cielo santo, cuanta frustración. Y aquí sin caer en la cuenta...