Sobre el acoso estadounidense a Huawei (empresa fundada en 1987) se ha escrito muchísimo, pero en esencia se trata de una acción defensiva. Los EE.UU., adalides del libre comercio, no pueden admitir la irrupción en los mercados de una empresa que goza del favoritismo comprador del Gobierno y una financiación estatal baratísima, lo que distorsiona la competencia leal, como la que le concede el Pekín a este gigante electrónico (y, en menor medida, también a otros consorcios similares). En el caso de Huawei, las "subvenciones ocultas" del Gobierno a la empresa rondaron los 75.000 millones de dólares en diez años (1998-2019), según la prensa estadounidense.

Y, lo más importante, el mentado boicot es una medida de defensa nacional. Porque Huawei -como las demás empresas en situación similar- está obligado por las leyes a colaborar con las autoridades si estas así lo solicitan. Y Huawei ha instalado tantas redes nacionales de telecomunicación y vigilancia en el tercer y segundo mundo que prácticamente ponen a estos países a merced del espionaje (y, eventualmente, chantaje) chino. Estas dos consideraciones explican con creces que la mayoría de las naciones industriales haya secundado a Washington. Aparentemente, la Casa Blanca ha triunfado así en los mercados y en la estrategia militar.

Claro que todo tiene dos caras y la otra cara del caso Huawei es muy amarga para los EE.UU. Porque la arrolladora irrupción económica china en los mercados emergentes evidencia que es tanto mérito del empuje empresarial chino como del vació dejado por los ricos, que han seguido la vía fácil y muy rentable de atender casi exclusivamente el suculento mercado del primer mundo.

Vender en naciones en vías de desarrollo o atrasadas y atender su clientela -desde Etiopía hasta Afganistán y Senegal, pasando por Irak y Malasia- supone un esfuerzo mucho mayor y menos rentable que dedicarse al mercado atlántico. Pero el primero de esos mercados es tan grande que acaba siendo aún más importante que el de los ricos. Así, 16 de las 30 naciones del mundo donde los beneficios digitales son los más importante del PIB se hallan en el sector de los países en vías de desarrollo.

A la larga -una larga relativamente corta- esto le ha permitido a la industria china de telecomunicaciones erigirse en puntera y casi imprescindible, como se ha evidenciado en el sector del 5G. Si los fabricantes occidentales -con los EE.UU. a la cabeza- quieren recuperar ahora el "mercado pobre", tendrán que aportar grandes innovaciones tecnológicas y muy buenos precios.

Y esto no solo requiere mucho tiempo y grandes inversiones. También requiere un nuevo planteamiento mercantil ya que las empresas occidentales han de competir ahora contra los créditos chinos, respaldados por las rebosantes arcas del comercio exterior de la República Popular.

Evidentemente, los EE.UU. y el resto del mundo industrial tienen recursos suficientes para esta futura "reconquista". Pero se podrían haber ahorrado los dineros y esfuerzos que tendrán que hacer a partir de ahora si no hubieran despreciado tanto y tanto tiempo a la masa de los pobres.