abiy Amey, jefe del Gobierno etíope, es el nuevo Premio Nobel de la Paz. Y pocas veces el ganador de ese galardón ha hecho tanto honor al título como este oromo de 42 años: desde que rige los destinos de Etiopía -con 108 millones de habitantes, el 2º Estado más poblado de África-, él ha traído la paz al Cuerno de África y ha aplacado los conflictos de su país con Eritrea, Somalia, amén de renovar para mejor la convivencia en su propia patria.

Amey es el segundo africano que gana ese Nobel, pero el premio no es ni con mucho lo más notable de su vida. El que haya puesto fin a conflictos fronterizos que a lo largo de decenios costó la vida a decenas de miles de hombres es un logro impresionante. Pero aún lo es más que sin tintinear de sables ni derramamientos de sangre está reprimiendo la corrupción en el país, ha amnistiado a miles de presos políticos, ha promovido a las mujeres (la mitad de su Gabinete y la presidente del país son mujeres) y su aperturismo político ha llegado al extremo de nombrar presidente de la comisión electoral al ex líder de la oposición. ¡Y todo esto desde el seno de un partido - el FRDPE (Frente Revolucionario Democrático de los Pueblos Etíopes) - que domina desde 1991 con mano de hierro Etiopía!

Esos pocos hitos políticos lindan lo extraordinario, pero quizá lo más sorprendente en la biografía de Amey es que la carrera de ese hombre que promueve pacíficamente una revolución sociopolítica sin precedentes en el Continente Negro es de un anodino digno de un aparatchlik de la URSS de los años 40. Hijo de un musulmán y una cristiana conversa, Abiy se alista en el Ejército a los dos años del derrocamiento del dictador Mengistu Haile Mariam (1991) donde aprende -además de las artes militares - tecnología de ordenadores, técnicas de encriptado (en África del Sur) y conoce a su actual esposa, Tayajev, de etnia amhara. En Londres estudió técnicas de liderazgo, se licenció en Económicas en Addis Abeba donde también se doctoró en Filosofía.

Todo esto es realmente insólito en un dirigente revolucionario, incluso un dirigente de una revolución incruenta. Lo que no es insólito en la vida de Abiy Amey es su entorno. Si él quiere traer la paz y reformar su sociedad, buena parte de Etiopía lo ve con malos ojos. Los perdedores de privilegios y los protagonistas de los contubernios que combate el actual jefe de Gobierno se la tienen jurada. Y no solo le combaten políticamente, también tiran por el habitual camino del crimen y el terror para librarse de las reformas y el reformador. Prueba fehaciente de ello es el frustrado atentado del mes de junio del año pasado, cuando alguien lanzó una granada de mano contra Amey en el transcurso de un acto público. El jefe de Gobierno salió ileso, porque el terrorista era un incompetente y la granada cayó a 17 metros del lugar donde estaba Amey, pero en el atentado murieron 2 personas y resultaron heridas 165 más.