la actual crisis entre Irán y Estados Unidos es la antítesis de un juego infantil, pero los parámetros que exhibe ante la opinión pública oscilan entre lo infantil y lo imbécil. El episodio del dron fantasma lo ilustra perfectamente; y, además, ya dispone desde hace lustros de su canción: “¿Dónde está el dron (“llaves” en versión original de la canción), matarile, rile, ro ?; En el fondo del mar, matarile, rile ro?”.

Yo no sé dónde está el maldito dron iraní que los EE.UU aseguran haber capturado (pero sin decir cómo) y los persas -grandes aportadores de cuentos y mitos a la literatura universal- juran (o perjuran, vaya usted a saber) que aún está en sus arsenales. Pero sí que me consta -a mí y a todos los que siguen la actualidad internacional- el creciente protagonismo que las naciones dan a la opinión pública mundial en el planteamiento de sus querellas. Y eso es alarmante en grado sumo.

En primer lugar, porque si alguien -en este caso, casi todos, desde el Estado Islámico hasta los ucranianos y los rusos- exhibe denuncias lacrimosas y acusaciones en vez de argumentos, es forzoso suponer que carece de argumentos. Y, sobre todo, que su causa es injusta. Si no,

¿por qué tendría que soltar una obsesiva jeremiada ante todo el mundo en vez de razonar y negociar?? Tanto más, cuanto que en eso de impedir que se ocupen territorios, maten civiles desarmados y se supriman derechos, la opinión pública mundial no ha pintado nunca nada.

En la Historia reciente esto de emparejar jeremiadas ante la opinión pública, con pisoteos de la justicia, lo hicieron los fascistas en el mundo democrático y los estalinistas en el mundo autoritario de la Rusia zarista. Y también Saddam Hussein en su ocupación de Kuwait; y Trump en su campaña de expulsión de indocumentados, para citar solo los casos más conocidos.

En el extremo opuesto, el de las grandes gestas más o menos justas (más o menos, porque los perdedores jamás tienen causas justas) hay que recordar que Bismarck no lanzó jeremiada alguna para hacer de 58 entes políticos germano-parlantes una gran nación, ni Napoleón III denunció a los sultanes turcos para asentar las bases de unos Balcanes con naciones relativamente independientes.

Vuelvo al dron fantasma, para acabar por donde comencé.

Lo malo, lo espantoso del caso, no es que el Pentágono o Teherán mientan -o ambos- a dos carillos sobre un artefacto teledirigido.

Lo deprimente es que esta guerrilla propagandística sea tragada por la opinión pública mundial sin carcajadas ni petición de dimisiones.

Lo deprimente, lo horrendo, es que este episodio del polémico dron fantasma demuestra que la -hipotéticamente- muy informada y culta sociedad del siglo XXI sigue comulgando con ruedas de molino, igualito que hace 4.000 años cuando solamente sabían leer y escribir los sacerdotes sumerios y egipcios.

¡Cuatro mil años de ruedas de molino y un dron fantasma!