una de las peores pesadillas de las pequeñas naciones a lo largo de la Historia ha sido la vecindad con una gran potencia. Actualmente, esta carga la está padeciendo Bielorrusia con la Federación Rusa, aunque Minsk lo niegue por orgullo y Moscú, también? pero por redundante.

Hoy en día, los problemas bielorrusos con Rusia son dos: uno, la debilidad económica del país, aligerada desde su independencia tras la desaparición de la URSS por generosas ayudas rusas; el otro y mayor es el empeño de Putin de reabsorber en la Federación Rusa a todas la naciones que habían formado parte de la URSS el siglo pasado.

En realidad, si la entidad política e histórica de Bielorrusia es innegable, su viabilidad económica solo era más o menos posible en la macro estructura de la URSS. De ahí que al desmembrarse esta en una serie de repúblicas independientes, Rusia vino en socorro de Minsk ya que así seguía ejerciendo su hegemonía por la vía económica. La ayuda rusa ha sido grandes créditos a reducido interés y el suministro de hidrocarburos a bajo precio. Bielorrusia refinaba el petróleo ruso -el gas ha sido mayormente para consumo propio- y reexportaba los productos; así obtenía unos ingresos fáciles y decisivos para la balanza de pagos del país.

Pero hoy en día, con un mercado mundial de los hidrocarburos a la baja, Rusia misma tiene problemas para vender los suyos. A fin de incrementar sus ventas, Moscú ha recurrido a una artimaña fiscal -drástica rebaja progresiva de los aranceles de exportación y fuerte elevación de los gravámenes sobre la extracción que repercuten en el precio de venta de la materia prima. En el caso de Bielorrusia esto significa una enorme merma (unos 400 millones de dólares anuales) de los beneficios en la venta de los refinados que exporta.

Ello constituye un nuevo desafío para el presidente bielorruso, Aleksandr Lukashenko; un desafío agravado por la reactivación que quiere imponerle su colega ruso -Vladimir Putin- al pacto Estado Común que firmaron (y no promovieron hasta ahora) Rusia y Bielorrusia a raíz de la desaparición de la URSS en los 90. Ya entonces Moscú tuvo claro que aspiraba a suceder a la Rusia estalinista como gran potencia. Pero ni las circunstancias políticas ni la propia debilidad financiera lo permitían en aquellos años.

Putin cree que ahora es distinto. No porque su país nade en la abundancia, sino porque la coyuntura internacional le deja mucho más margen de maniobra y porque la debilidad de sus vecinos -Kazajistán, aparte- es mayor que antes. Y el primer paso para esta hipotética resurrección de la Gran Rusia es la unión de la Federación Rusa con Ucrania y Bielorrusia.

En Ucrania se le han torcido algo las cosas a Putin por ir a la brava, pero ya es rusa Crimea. Y como una segunda intentona expansionista por la vía militar ya es impensable, el Kremlin lo intenta ahora por la vía económica. La merma de fondos ya no le permite a Lukashenko remolonear y hasta coquetear con Occidente como en los últimos años y esto ha envalentonado a Moscú hasta el extremo de que el embajador ruso en Minsk, Mijaíl Babich, haya declarado recientemente que a Bielorrusia le iría mucho mejor en el pretendido Estado Común que en el actual Espacio Euroasiático, una modesta versión oriental del Mercado Común.

Y la declaración adquiere especial relevancia si se tiene en cuenta que la opinión pública bielorrusa no habla de Babich como del embajador ruso, sino como del “gobernador general ruso”?