LA victoria de Félix Tshisekedi (55 años) en los comicios congoleños del 30 de diciembre fue ratificada el pasado 19 de enero por el Tribunal Constitucional en contra de todas las evidencias y denuncias, así como la impugnación de Martin Fayulu que se cree legítimo ganador de la presidencia.

Y pese a que ni el fallo del tribunal ni el resultado oficial de las elecciones constituyen ninguna novedad, dadas las prácticas políticas del Congo, esta consulta electoral se sale de lo corriente. Porque esta vez la victoria la obtuvo un dirigente de la oposición por decisión del Gobierno saliente y a pesar de las denuncias de la Iglesia Católica congoleña así como de la Unión Africana y la “Conferencia Internacional de la Región de los grandes lagos”, entidad que agrupa a todas las naciones vecinas del Congo. Según las cuentas de la Iglesia, que envió 40.000 observadores a los colegios electorales, Tshisekedi no obtuvo más que el 20% de los votos; la mayoría la sacó en un recuento fraudulento.

De no haberse cambiado Tshisekedi de bando, su victoria o, mejor dicho, la de Fayulu habría constituido el primer cambio democrático de poder en toda la historia poscolonial del Congo.

Para hacer un poco más retorcido el caso, Tshisekedi fue un líder de la oposición solo hasta las vísperas de los comicios. Hasta entonces, el hombre del presidente Kabila (18 años en el poder, tras suceder a su padre en la presidencia -Laurent Desiré Kabila- en el 2001) había sido su ministro de Interior, Emmanuel Ramazani Shadary. Este es tremendamente impopular en el país a causa de la brutalidad de la policía y cuando Kabila se dio cuenta de que había apostado por un perdedor, comenzó a manipular el evento. A los dos candidatos más populares de la oposición -Jean Pierre Bemba y Moisés Katumbi, ex gobernador de Katanga- se les denegó el derecho a presentar sus candidaturas; las máquinas de recuento de votos importadas de Corea del Sur fueron manipuladas fraudulentamente; en diversos distritos dominados por la oposición se suspendió la consulta electoral y, por si todo esto no bastara, Kabila negoció un pacto secreto con Tshisekedi. La presidencia a cambio de la impunidad jurídica para Kabila y sus colaboradores por eventuales fraudes económicos.

La pirueta política del nuevo presidente se hizo patente en vísperas de la consulta, al salirse de la alianza que había cerrado con Fayulu (exdirigente de Exxon en el Congo) para formar un tándem electoral, con Fayulu de número uno. Y si bien la “traición” de Tshisekedi resultaba evidente, ya era demasiado tarde -amén de difícil de demostrar- para emprender ninguna acción jurídica.

Solo quedaba el recurso ante el Tribunal Constitucional, un recurso tan absurdo como toda la historia de estas elecciones ya que todos los magistrados del mentado tribunal han sido nombrados a dedo por el presidente saliente, Jospeh Kabila (47 años).