N tiempos pasados el viejo tren recordaba a una calabaza, dicho sea para que la imagen recuerde a un cuento de nuestra infancia. Llegó entonces la magia del abracadabra y se transformó en un moderno y reluciente carruaje, inmaculado; en un metro con el que, ahora ya sí, las chicas buenas podía ir a palacio, donde el príncipe daba un baile, o a cualquier otro lugar, donde van todas las demás que no tengan ambiciones de ser princesa. El metro de Bilbao de hoy se alimenta con las perdices del final del cuento, hace feliz a la gente usuaria y a quienes lo gestionan, habida cuenta que todo va rodado y cuadran los números, cada día más cerca del viejo mundo prepandémico.

Hace una década larga el Servicio de Transportes de Londres encargó al ganador del premio Turner de Arte Contemporáneo, Jeremy Deller, que recopilase las mejores reflexiones filosóficas para humanizar el en ocasiones largo y agobiante trayecto en el subterráneo y en Lacity la iniciativa fue acogida con un sinfín de enhorabuenas. Es quizás ese un detalle que en el metro de Bilbao, tan aséptico como un quirófano, se echa en falta: un pellizco de humanidad.

"La vida es algo más que aumentar la velocidad", de Mahatma Ghandi, o "Un tropiezo previene una caída", del escritor británico Thomas Fuller, fueron algunas de las consignas que se oían por los altavoces de la red de metro. En un primer momento, la idea de Deller era sustituir los tradicionales anuncios sobre el estado de las líneas y reemplazarlos por estas clases de filosofía, pero fue rechazada por el Servicio de Transportes, que intercaló ambos tipos.

La verdad es que la idea suena bien para darle aire a los tiempos muertos de las travesías y de las esperas que siempre evocan sentencias como las del viejo metro londinense. ¿Quieren un ejemplo? A la gente que se asoma al precipicio del andén debiéramos decirle que no por mucho mirar al túnel llega el metro más temprano.