ON otros días, otras maneras. Incluso es una nueva tierra la que sembrar y son distintas las cosechas. Hoy la cultura no se sustenta en prohibiciones sino en ofertas, no se forja con rígidas normas sino entre flexibles propuestas. La cultura que hoy nos preocupa se ocupa de ofrecer tentaciones y establecer atracciones, con guiños de seducción y señuelos en lugar de reglamentos, con relaciones públicas en lugar de una supervisión de los coroneles: produciendo, sembrando y plantando nuevos deseos y necesidades en lugar de imponiendo la dura ley del deber. Digamos que la cultura ya no pasta tras el cercado sino que campa a sus anchas, a campo abierto.

Como cualquier otro animal salvaje, las culturas que ya vagan en libertad, más allá de los establos del conocimiento, se relacionan entre sí, enriqueciéndose. Lo hacen a base de leves vuelos de mariposa y picoteos de la información y los conocimientos, siempre al alcance de un ¡clic! ¿A quién se le piden hoy hacer prolongados esfuerzos de concentración? ¿A quién que lea El Quijote, alcance a entender los porqués que resuelve la ciencia o conozca las danzas y los cantos atávicos de la tierra que le vio nacer...? ¡Vamos hombre! Hemos ido perdiendo el hábito y hasta la facultad de hacerlo. El ¡clic!, ya les dije. Y asunto resuelto.

Esta nueva fórmula de presentarse la cultura del envase, del usar y tirar, nos impide armar el rompecabezas, incluso el de las piezas más gordotas y sencillas. El diablo de la globalización, posando sus codiciosos ojos también en la cultura, nos dice que si le vendemos el alma prosperaremos y llegaremos a ser como Hong Kong. Bilbao, Santander y Logroño no quieren parecerse (quiero creer que no...) a Hong Kong. Al parecer intentan estrechar los lazos de esas culturas que se entienden bien, siquiera por proximidad. No sé si ya hay salvación. Sí sé que hay que intentarlo.