estas alturas vamos a confundir todos los iconos religiosos de estas fechas y en lugar de colocar el portal del Belén en los salones alumbraremos, qué sé yo, el monte Calvario. Y a nada que se ajuste el aforo que se maneja, en muchos hogares Olentzero corre el riesgo de ser multado, porque se convierte en el séptimo. Sanidad, y de su mano Osakidetza, que piensa de modo semejante, se plantea limitar las reuniones en el ámbito familiar a seis personas, siempre y cuando estas no sean convivientes, aunque la principal apuesta es que en las reuniones navideñas participen únicamente las personas que pertenezcan al mismo grupo de convivencia, es decir, que residan en la misma casa.

El ajuste va más allá. No hacen gracia las cenas de empresa, de equipos deportivos o entre amigos, aunque habrá que ver si para entonces ya podrá uno brindar en un local abierto o estaremos circunscritos a brindar bajo el frío de la calle o, como mucho, en el gélido portal o el destemplado patio con los vecinos. Se antoja una Navidad de luces bajas, con el virus convertido en un don Erre que erre, empeñado en transformarnos el estilo de vida que gastamos, que al parecer no le gustaba nada de nada.

Habrá restricciones para la misa del Gallo y para la San Silvestre y las cabalgatas de Reyes no son bienvenidas. Quienes mejor conocen las vías de contagio nos recuerdan que los mercadillos navideños son granadas de mano, peligrosas bombas cargadas de riesgos. "Mejor consumir en el pequeño comercio, más cercano y menos apabullado", nos dicen. Las vueltas a casa por Navidad son también minas terrrestres y, lo que es peor aún, lo peor de todo, es que van a faltar a la mesa muchos, muchísimos, que se fueron. Qué ganas de que llegue el 8 de enero y llegar sin un mal estornudo.