COMO en los viejos tiempos fronterizos en días de guerra, hace falta un salvoconducto para moverse por el viejo mundo con libertad, si es que se puede decir así en estos días. Sun Tzu fue un general y filósofo de la antigua China, del cual se desconoce si fue un personaje real o no pero a quien se le atribuye una obra fabulosa, El arte de la guerra, que bien pudiera utilizarse hoy como libro de cabecera. No por nada, al sabio oriental se le atribuye la idea de que la mejor victoria es la de vencer sin combatir. ¿Es posible hoy eso cuando el enemigo es invisible? No se sabe. Lo que sí parece claro es que el peligro de camuflaje es enorme. Los virus nocivos se cuelan de improvisto y por cualquier lado, como si fuesen jinetes de un caballo de Troya. Y que antes de enfangarse en un cuerpo a cuerpo contra ellos es mejor impedirles que crucen nuestras fronteras.

He ahí una forma de justificar la exigencia que acaba de entrar en vigor: todo aquel que llegue de otro confín deberá demostrar que llega sano como un manzana, en lo que a contaminación vírica se refiere. A la espera de que lleguen las tropas de refuerzo de la vacuna - "si utilizas al enemigo para derrotar al enemigo, serás poderoso en cualquier lugar a donde vayas", dijo de nuevo, Sun Tzu, el estratega...- la idea es no dejar engrosar las fuerzas del enemigo.

Ojeando su magnífico tratado aún no comprendo cómo no se usa como manual para la acción. No hay más que leerle cuando dice que los grandes resultados pueden ser conseguidos con pequeños esfuerzos; que la psicología de los soldados, que al fin y al cabo es lo que parecemos ser en esta batalla contra el covid, consiste en resistir cuando se ven rodeados, luchar cuando no se puede evitar y obedecer en casos extremos.