I usted se da por aludido, discúlpeme, pero me temo que se encuentra en franca minoría. Vivimos, como salta a la vista, en un tiempo en el que el diálogo escasea como el trigo en el invierno lo que no quiere decirse que no se hable. Por los codos. El asunto radica en que el diálogo exige la escucha, el contraste de pareceres e incluso la disposición a ponerse en la piel del otro, no sea que tenga razón y te lo demuestre con cuatro palabras bien dichas. ¡Qué va, qué va! Como les dije se grita y se vocifera, se exige, se insulta, se atropella la razón con la palabra, se clama al cielo y se invoca a los infiernos. Palabras, palabras y más palabras para tener tu razón que llevarte a la boca, para ser el primero de la clase de los zopencos. Y el lema de tantos y tantos es justo ese: Yo, el primero.

Veremos que ocurrirá ahora, cuando la vacuna contra la gripe común, una visitante asidua, salga de los laboratorios y llegue a los ambulatorios, a los centros de salud. Desde Osakidetza han dicho que habrá para todo aquel que pida, pero ya verán. Basta con que se lance un mensaje sobre las bondades de esta profilaxis contra ese otro ejército de virus que nos rodea para que los parlanchines, los bocagrandes, bocarranas o bocachanclas, los amos y señores de todos los derechos que en el mundo han sido levanten la mano (si al menos tuviesen esa cortesía...) para gritar aquello de "yo, el primero". Yo, que pago mis impuestos; yo, que jamás pido nada; yo, que con mi esfuerzo sustento a zánganos de toda ralea; yo, que me apellido "un hombre justo entre los justos". Eso sí, calculen la zapatiesta, el jaleo y el alboroto que pueden organizar cada uno de estos siete sabios de la antigua Grecia, cada cual con su razón y a su manera, habida cuenta que incluso para la protesta en común hay que ponerse de acuerdo y ahí radica el problema. Ni verlo quiero.