ASCOS de piedra blindada", cantaba aquel poeta del pueblo, Miguel Hernández, haciendo una exhibición de esa ciencia que se les atribuye a los poetas: la clarividencia. Vascos, por supuesto. Pero Bilbao, de entre todos, en primera línea. Ayer, cuando la ciudad celebraba su 720 aniversario aún con el oleaje de la pandemia agitándolo todo, lo pensaba: esta ciudad es dura de roer. Ha superado guerras y bombardeos, una reconversión industrial que la azotó como una tempestad a mar abierto, mil y un avatares que, sin embargo, no han sido capaces de doblegarla. El don elogiable no es el de la supervivencia, que siendo una buena cosa, no alcanza a lo verdaderamente llamativo: la capacidad de superación, de moverse siempre hacia delante.

Recuerden otros versos, aquellos de Miguel Unamuno en su célebre poema titulado El mundo entero es un Bilbao más grande, en los que comenzaban diciendo algo así como "Hoy te gocé, Bilbao./ Por la mañana/topé con un paisano,/como yo, por su dicha, un hijo tuyo". Parece que legendario escritor, que buscaba inspiración en sus juveniles paseos por Los Caños, captó su esencia cuando dijo aquello de "si sientes que algo te escarabajea dentro, pidiéndote libertad, abre el chorro y déjalo correr tal y como brote" Esa ha sido la forma en que Bilbao ha crecido año a año, día a día: dejando que corra el agua de la fuente. Que digo dejando, abriéndole paso al agua. Hoy, cuando nos obligan a mirar al hospital de Basurto y señalan con el dedo, como si allí estuviese instalado un nido de ametrelladoras víricas, el cuerpo me pide la contrarréplica. Por las venas de Bilbao corre la sangre de los invencibles, de los hombres y mujeres que, sí, llorarán a sus muertos. Pero que un instante después se pondrán manos a la obra para que mañana sea mejor que hoy y así en una gráfica ascendente e infinita.