HOY, cuando las campanas de la ciencia tocan a rebato en los laboratorios para que se apuren en la elaboración de una vacuna que frene el avance de la nueva cepa del coronavirus, se acrecienta esa sensación de que gobernar es, también, la búsqueda de remedios. Vacunas a tutiplén, pide el pueblo. Algo que nos cure o, cuanto menos, que alivie.

A esa cepa de soluciones pertenece, según se puede interpretar, el proyecto Beldur Barik que se compromete a elaborar materiales que incorporen el testimonio de víctimas y supervivientes de violencia machista. El reto es que puedan utilizarse en los centros de Secundaria y en otros ámbitos juveniles para que la sensibilidad entre por los ojos, para que se escuchen y se vea, para que quien acceda a esos contenidos comprenda el horror que arrastra consigo la violencia machista.

Visto como se debe, el machismo, tanto en los hombres como en las mujeres, no es más que la usurpación del derecho ajeno. Así de simple y así de duro. Si a ello se le añade el veneno de la violencia que todo lo gangrena, peor aún. Hay tanto dolor físico, tanta degradación moral.

Recuerdo una escena de la película El color púrpura. Decía algo así: "Hay una niña africana que se llama Tashi que juega con Olivia después de las clases. ¿Por qué no puede venir Tashi a la escuela?, me preguntó un día; cuando le expliqué que los olinka piensan que no se debe educar a las niñas me dijo rápida como un rayo: son como los blancos de nuestro país, que no quieren que los negros aprendan". Deténgase el lector que piensa que todo eso nace de la probeza. A Bernie Ecclestone se le oyó decir que "las mujeres deberían vestir de blanco, para ir a juego con los electrodomésticos." Sobran los idiotas en toda clase social.