EL economista y demógrafo estadounidense Joseph Eugene Stiglitz lanzó un augurio tan temible como los que se escuchan en los oráculos de Delfos en la Grecia clásica: lo que preocupa es que la globalización esté produciendo países ricos con población pobre. La ciudadanía, he ahí el quid de la cuestión. Ahora que se acaba de anunciar el crecimiento en nuestras calles hemos de estar alerta. No en vano, cuanta más población hay, más minorías aparecen. Y visto que Euskadi es una tierra fecunda llega la repoblación, por mucho que haya lugares -el Gran Bilbao, sin ir más lejos...- que llevan una década decreciendo en las tablas de la demografía. Los porqués no están especificados en las tablas demográficas, tan asépticas como un quirófano a un paso de intervención. Juguemos a sociólogos.

Como esta columna se lee en horario para todos los públicos basta con recordar esa leyenda urbana que dice que aquí, entre nosotros, eso es más milagro que pecado. Si a tal circunstancia uno le suma que montar una familia se ha complicado, con los sueldos per cápita que se estilan, tanto como lo otro, he ahí una razón de peso para explicar la curva decreciente. Sobre la carestía de la vivienda en Bizkaia han corrido ya ríos de tinta y la migración oscila, ya saben, al compás de las oportunidades.

En la otra orilla, es preciso valorar que siendo Euskadi una tierra floreciente, el efecto llamada habrá jugado su papel. La ciudadanía, trabaje donde trabaje, se aposenta allá donde puede lo que quizás explica los desplazamientos. Seguro que habrá otros argumentos pero la tasa de 300 habitantes por kilómetro cuadrado ya es alta. Recuerden a Darwin cuando decía que la humanidad tiende a incrementarse a una tasa más grande que sus medios de subsistencia.