DICE una voz de la sabiduría china que el mejor momento para plantar un árbol fue hace veinte años; el segundo mejor momento es ahora. Es la misma sapiencia que llevó a Mark Twain a recordarnos que dentro de veinte años estaremos más decepcionado por las cosas que no hicimos, que satisfecho de lo que hicimos. El viejo escritor nos aconsejaba, desde esa realidad, la necesidad de levantar el ancla, abandonar el puerto seguro y atrapar los vientos favorables en tus velas. “Explora. Sueña”, pedía el hombre. Algo de eso sucede con el euskera, si uno se detiene a analizar las principales conclusiones del estudio Euskaraldia I. Emaitzen azterketa que ayer se presentaron en Donostia.

La primera de todas ellas es la osadía. El euskera, cuyas simientes se han plantado en las nuevas generaciones y cuyas sólidas raíces sobrevivieron en los viejos y malos tiempos, requiere, según los estudiosos de la lengua (dicho sea sin segundas...), un paso adelante. Un acto de valentía en el uso. Pese a la vergüenza si uno o una no lo manejan con soltura. Pese a la dificultad que encuentran algunas personas para mantener largas conversaciones. Pese la incomodidad que supone, para algunos, pedir al interlocutor que hable en euskera en lugar de en castellano o en francés, otro de sus idiomas habituales. Que se atreva a usarlo.

Hay que ser conscientes de la necesidad de uso para que ese motor lingüístico no se oxide, es cierto. Pero la conciencia sin acción tiene un valor relativo. La conciencia es una cualidad interna; no tiene nada que ver con tener los ojos cerrados o abiertos sino con tomar una decisión. Hacia un lado u otro, pero tomar una. Desde Euskaraldia piden al pueblo euskaldun que la aplique con firmeza, que solo así podrá el euskera ir abriéndose camino. No es mal planteamiento ese para ganarle metros al futuro.