NUNCA mejor que ahora cabe hablar del árbol genealógico, si se tiene en cuenta que en asuntos vegetales aquel que fuera un retoño del Árbol de Gernika es un hoy un fornido adolescente que ya arroja bellotas como puños. No por nada es hijo del Árbol Viejo y hermano de su predecesor en los honores, lo que le confiere cierta nobleza vegetal, si es que se puede decir así.

Aunque ni siquiera el Árbol Viejo es el gran patriarca de la familia. La tradición habla del siglo XIV como época de nacimiento del árbol más antiguo documentado, el llamado Árbol Padre. Cuentan que provenía del robledar llamado La Antigua del que hay constancia desde el siglo XII y se estima que nació en 1334 y vivió hasta 1881, medio milenio de nada. Bajo él juraron los fueros de Bizkaia en 1476 Fernando II y en 1483, Isabel I, la Católica. De ahí emana, según dicen los cronicones, el viejo y poderoso roble.

Vienen a mi memoria aquellos versos del dramaturgo Tirso de Molina que decían algo así como “El Árbol de Guernica ha conservado / la antigüedad que ilustra a sus señores, / sin que tiranos le hayan deshojado, / ni haga sombra a confesos ni a traidores”. Y también retumba aquella pregunta que se hizo, allá en 1811, Wordsworth en The Oak of Guernica aludiendo a la Guerra de Independencia, quizá de manera premonitoria: “How canst thou flourish at this blighting hour? / ¿Cómo pudiste florecer en esta hora de destrucción?” Los versos, ya ven, encajan como un guante con lo sucedido siglo y medio después. Tal y como recoge en su diario el comandante del bombardeo, Von Richthofen, Gernika fue seleccionada como objetivo militar por el carácter simbólico del “roble sagrado”. Lo dicho, aquellos versos del siglo XIX fueron pura intuición, habida cuenta que el Árbol sobrevivió a la lluvia de fuego y destrucción que cayó sobre Gernika el día de los horrores, aquel 26 de abril de 1937 en el que bajó del cielo a la tierra un infierno de bombas explosivas e incendiarias.

Para alivio de los corazones afligidos diremos que sobra recordarles que, entre tantos honores literarios, sobresale aquel Gernikako Arbola del bardo Iparraguirre, donde la leyenda otorga al Árbol más de mil años plantado por la mano de Dios. Hoy, con el juramento de los fueros de Bizkaia o aquel otro, tan simbólico, del lendakari Aguirre, ya asimilados, hablamos de botánica. No es mala evolución.