NO siempre es fácil abrirse un hueco en la línea de salida de la vida. En ocasiones aparecen dificultades para quienes tropiezan en sus primeros pasos, problemas que, habida cuenta la edad -de 0 a 6 años...-, dificultan el arranque sin alguien que te guíe. Entra en juego entonces eso que llaman la Atención Temprana, un conjunto de intervenciones, dirigidas a la población infantil, a la familia y al entorno, que tienen por objetivo dar respuesta lo más pronto posible a las necesidades transitorias o permanentes que presentan los niños con trastornos en su desarrollo o que tienen el riesgo de padecerlos. Es la vieja fórmula de poner la venda antes de la herida. Es duro el oficio de hacerse ser humano a nada que se tuercen las cosas en la fábrica cuando se encienden los motores. Muy duro.

Es de agradecer que no se vean solas las criaturas cuando las primeras letras han de escribirse sobre esos renglones torcidos. Conmueve ver a los progenitores dejándose el alma y una buen número de profesionales entregados a la causa pero la suma de esfuerzos es la salida más eficaz. “Llevadera es la labor cuando muchos comparten la fatiga”, nos dijo Homero tiempo atrás. ¿Qué hacer, cómo puedo echar una mano?, se preguntan hombres y mujeres de buena voluntad cuando se encuentran ante una situación así. No soy un perito en la materia, pero cada vez que me encuentro ante situaciones semejantes me viene a la cabeza una sensación que me acompaña tiempo ha: se tienen menos necesidades cuanto más se sienten las ajenas.

De vez en cuando un soplo de aire fresco alivia. Es el caso del Día internacional de la Atención Temprana donde se pusieron sobre la mesas los recursos existentes y las necesidades que cubrir, cómo no, pero también se invocó a los niños a una de los más severas obligaciones: divertirse. Cuando les ves sonreír sin apenas razones para hacerlo te da un noséqué de alegría.