N las casas de apuestas, supongo, deben andar con las papeletas revueltas. Si ya de por sí un partido como el de hoy, un derbi clásico, ya trae consigo el matasellos de vaticinio incierto, hay que añadir ahora la incertumbre de las tendencias. Al Athletic le cuesta hincar el diente a los resultados mientras que la Real Sociedad se ha quedado atrapada en el cepo de las temporadas sobrecargadas. Los hombres de Garitano no han sido capaces aún de demostrar capacidad para plasmar en el simultáneo la sonrisa recuperada en su juego mientras que a los hombres de Imanol Alguacil se les ha arrugado el ceño con las dificultades para alcanzar el gol, la cumbre con la que rematar su juego alegre.

El último partido del año trae consigo un mandato para quien quiera hacerse con tres puntos y una victoria que regar con champán: habrá que agrandarse para pegar un puñetazo en la mesa. Será algo extraño: un derbi sin duelo en las gradas, jugado en el extraño silencio de las tribunas y en el ilusionante cruce de las canteras y de la juventud.

En las últimas semanas la distancia entre ambos equipos se ha estrechado y el Athletic pierde para el partido la bala de plata de un San Mamés pujante. Como contrapunto hará falta espíritus como el de Iñaki Williams, que habla de estos encuentros como los niños lo hacen de sus zapatos nuevos: con ilusión y la esperanza de darle rienda suelta a la aventura que prometen. La fecha programada, último día del año, avivará el hambre de los jugadores. No hay despedida más jugosa que esos tres puntos. Más allá del ánimo y la voracidad, imprescindibles en días así, el derbi cruzará sus guantes en el centro del campo. El Athletic tiene diversas variantes, más contenedoras o más atrevidas. Si los leones son capaces de imponer esta segunda versión y apabullar con su presión al juego de salon y té de los donostiarras, habrán logrado mucho. Luego todo quedará en esa moneda al aire que es el gol. A quien antes le salga cara le quedará menos caminos por recorrer hacia la gloria.