Amedida que se acerca la cita electoral del 10 de noviembre, los sondeos parecen indicar un resultado aún más endiablado que el del 28 de abril. Por resumir y en trazo grueso en cuanto a los grandes partidos, baja el PSOE, sube el PP, baja Ciudadanos, baja Unidos Podemos y se mantiene Vox. ¿Resultado? Que, más o menos, todo sigue igual. Esta parálisis atenaza especialmente a Pedro Sánchez, que no puede despertar del ensueño de ser presidente. Cada sondeo es un nuevo escalofrío, mientras intenta esquivar sin lograrlo el campo de minas de Catalunya. Añádase a este sombrío panorama el desprestigio que para el Gobierno que preside ha supuesto la astracanada de la exhumación de Franco, que se le ha vuelto en contra por lo que supuso de exaltación del dictador a cuenta de los nostálgicos enardecidos.

Pedro Sánchez había recorrido con cierta fortuna un tortuoso camino para llegar a donde ha llegado, pero teniendo en cuenta las circunstancias que han acompañado su ascenso al poder, en todo momento ha pisado terreno embarrado ya fuera entre los suyos, o entre los contrarios, y en todo momento en los medios de comunicación. La mayoría de los analistas coincide en endosarle la responsabilidad del bloqueo político en que se encuentra este país y con el pretexto fatal de la respuesta catalana a la sentencia del procés, Sánchez ha entrado en pánico acogiéndose a la mano dura, al camino fácil de la amenaza para librarse de toda sospecha de falta de patriotismo: Ahora Gobierno, ahora España, es el lema que pretende rechazar el bloqueo y reafirmar la españolidad del PSOE.

Por su parte, Pablo Casado, con el ojo también puesto en los sondeos, disfraza al lobo de la intolerancia y la corrupción con la piel de oveja del pactismo y la flexibilidad. Que sean otros los que se echen al monte, que él ya recogerá los réditos en forma de votos. Pero lo cierto es que las encuestas no dan. Ni sumando lo obtenido por Abascal y Rivera el resultado final de los tres tenores podría devolver el Gobierno al PP. Y un nuevo bloqueo supondría tal descrédito para la clase política que sobrecoge de mielgo hasta a un partido tan correoso como el que lidera Casado.

Y aquí es donde entran en juego los gurús, esos asesores palaciegos entre sociólogos, consultores, comunicadores y coachings que con sueldos astronómicos sustituyen a los intelectuales y técnicos cercanos a los partidos que en otros tiempos orientaban a los líderes en las tomas de posición. Iván Redondo es el chamán que guía a Pedro Sánchez sin ruborizarse por haber asesorado anteriormente al PP, y el responsable de las decisiones pasadas y presentes del presidente en funciones. Responsable también de los fugaces encuentros y firmes desencuentros de Sánchez con Podemos y con los nacionalistas catalanes. Responsable, en fin, de que a su patrón le entren los temblores del pánico mirando las encuestas.

Si es cierto lo que se dice y en algunos casos se expresa con claridad, el gurú está aconsejando a Sánchez que la solución al bloqueo político y al miedo de perder el Gobierno no es otra que la gran coalición PSOE-PP. En esa misma dirección van las solemnes reflexiones de prestigiosos barones del partido -acaudillados por Felipe González- y reputados analistas que publican en medios progresistas. “El bipartidismo es estabilidad”, insisten, advirtiendo a Sánchez, que de un plumazo se liberaría de los intentos baldíos con Pablo Iglesias y la arriesgada complicidad con los nacionalistas.

Podemos imaginar a Iván Redondo comiéndole la oreja a un aterrado Pedro Sánchez, aliviándole la ansiedad con un futuro de reconstrucción de puentes con el PP repitiendo la operación de Patxi López a base de un bipartidismo camuflado en pactos de Estado. Una gran coalición a la española, con disimulo, sin ministros del PP que dejarían en ridículo aquello del “no es no”, pero con un bipartidismo adaptado al reparto de cuotas en el poder judicial, en las iniciativas económicas y hasta en las mesas de tertulianos de los medios públicos.

Quizá sea esta la única posibilidad para Pedro Sánchez, aferrado al dudoso honor de ser presidente aunque sea a golpe de chapuza. El asesor de cámara ya sabrá indicarle, en su momento, cómo salir del entuerto de un pacto contra natura: “O yo, o el caos”. Como en Alemania, dirá, como si esto fuera Alemania. Y a tirar para adelante repartiendo la tarta, Ferraz y Génova.