DESDE que vienen sufriendo reveses sucesivos, las derechas españolas viven en estado de permanente irritación. La pérdida del poder les ha dejado al aire las vergüenzas del rencor, el improperio, la desmesura y la mentira más perversa. Ahora, como van en bloque, es pertinente meterles a los tres en el mismo saco, más aún cuando comparten las mismas fijaciones: el enemigo común, Pedro Sánchez, y los mismos espantajos de los que echar mano para sacudirle estopa, ETA, el independentismo y, ya de paso, el que denominan populismo. En el permanente ejercicio de mal perder que les caracteriza, de vez en cuando se produce una circunstancia que les exalta y entonces se salen de madre, enloquecen, sobreactúan y convierten en charco de mierda la escena política. Es lo que les viene sucediendo desde el pasado miércoles, cuando gracias al acuerdo entre diferentes la Mesa del Parlamento navarro no salió como esperaban y deseaban.

A esta derecha extrema, intransigente e iracunda hay que analizarla en caliente, cuando el traspiés les acaba de sobrevenir, cuando espumajean la rabia, cuando Pablo Casado reventara el diccionario de sinónimos contra Pedro Sánchez tras haberles mandado a la oposición, en vomitona de insultos que prodigó en un ataque de chulería histérica. Abierta la veda del improperio, allá fue detrás Albert Rivera desparramando boñigas. El tercero, Santiago Abascal, no tuvo ni siquiera que variar el tono, pues el insulto es su estado natural.

La derecha española faltona, cuando ofende, ofende de verdad y al agravio añade la mentira. Al del centro de la diana, a Pedro Sánchez, le disparan con pactos que nunca existieron y que no es preciso demostrar. Pactos, por supuesto, con los abominables: los etarras, los que quieren romper España, los populistas bolivarianos.

En caliente, también, las derechas enloquecidas por la composición de la mesa del Parlamento de Nafarroa, se volvieron a desparramar. Javier Esparza, el que aún no se ha despertado de la pesadilla de volver a perder el poder en Nafarroa, comenzó vomitando que el PSN “se había arrojado en las manos de Bildu” para ir subiendo el tono acusando a los socialistas navarros de “pactar con los amigos de Josu Ternera” y, ya patético, afirmar que el PSN “está traicionando a sus propios muertos”. Inés Arrimadas -ya me dirán qué pintaba esta señora en el Parlamento navarro ese día- tuvo la desfachatez de calificar de “infamia y vergüenza” lo que fue un acuerdo político, y soltó la eterna falacia de “Navarra es cuestión de Estado” que tantas veces ha servido de pretexto para limitar la libertad de navarras y navarros y quebrar su voluntad. En este desfile del despecho y el rencor no podía faltar Ana Beltrán, portavoz que fue del PP navarro a quien Casado pagó su derroche de bilis contra el “Gobierno del cambio” con un escaño bien retribuido en Madrid, que babeó aquello del “primer pago de Sánchez al independentismo”.

Puestos a derrochar comprensión, entendamos los improperios antedichos como fruto del cabreo del perdedor, de la frustración vinculada a la pérdida del poder. Pero lo que no tiene explicación es la borrachera de insultos, de injurias, de mentiras, de calumnias que abrieron las páginas de la inmensa mayoría de periódicos españoles y fueron vociferadas por tertulianos y columnistas al día siguiente de la composición de la mesa navarra. Sánchez culpable con el mantra de ETA al fondo. Algún día habrá que analizar a fondo el comportamiento parcial, sectario casi, de unos medios de comunicación dispuestos siempre a emponzoñar el ejercicio político que no les gusta y que en la hora actual se ceban contra unos pactos que ni siquiera existen y ni pestañean ante acuerdos reales en los que la derecha, los suyos, tienen barra libre.

Le guste o no a esta gente, el PSN ha optado por una apuesta arriesgada, sometido a la tensión de una coalición como Bildu con quien no ha pactado nada ni ha recibido nada y a una derecha despechada e hipócrita que le acusa de complicidades ficticias mientras acuerda sin complejos una convivencia con el fascismo. El PSN ha optado, y le honra, por la apuesta de un gobierno plural entre distintas sensibilidades. Pese a quien pese, ya sea el frustrado Esparza, ya sea la derecha extrema, ya sea la prensa sectaria y unánime. Le toca ahora rematar la faena y no renunciar al gobierno de progreso que promete, aunque sin duda seguirá lloviendo.